Crónicas de la peste XLVI

Primer día de escapada del confinamiento para los niños. Es media mañana y una madre pastorea a dos chavalinas bajo los castaños en flor. La mayor le pregunta si puede correr hasta la esquina de la manzana. El viejo que ha salido a comprar el pan se cruza con el trío y piensa en sus nietas,  que estarán al mismo afán en otros barrios de la ciudad y esta leve brizna de vida ahuyenta por un momento el fantasma que aletea sobre sus hombros y que volverá al poco, cuando se siente frente al ordenador para redactar esta nota. El dispensador de matarratas. La amenaza a las niñas que corretean por primera vez en el aire de la primavera. El emperador de occidente. El tipejo que ha aconsejado a sus votantes, y a todos los habitantes del planeta, habida cuenta la resonancia de sus palabras, que se inyecten desinfectante y se metan luz solar [sic] en el cuerpo para matar al virus de la peste.

Cuadra a la personalidad del tipo estas demenciales consejas. El sociópata ve a quienes le rodean como sombras móviles, piezas de un juego de reglas arbitrarias en el que él participa como ganador. Sin duda, padece una insuperable dificultad para entender qué está pasando, y no solo en los aspectos más técnicos de la pandemia sino frente al hecho mismo y sus consecuencias evidentes. El sociópata habla a los demás para oírse a sí mismo. Es significativo que expeliera estas sonoras estupideces como una recomendación para que fuera investigada por los médicos, pues, concedió, yo no soy médico pero tengo buena cabeza. ¿Cómo convencer a un tipo con semejante ego de que es un completo y muy peligroso idiota? La dificultad del empeño es tanto mayor porque ha conseguido reunir toda la estupidez del país para auparle al cargo que ocupa. Unos cuantos centenares ya lo han pagado con su salud y quizá con la vida.

El nihilismo es un ingrediente de la cocina política desde el siglo diecinueve y aparece cuando una ideología redentora es desmentida por los hechos y quien la predica, en vez de reexaminar la doctrina a la luz de las evidencias, insiste en ella y convierte la empresa emancipadora en una empresa suicida. La versión más letal del nihilismo es el terrorismo, que, como demuestra míster Trump cada vez que abre la boca, tiene muchas variantes. En este primer tercio del siglo veintiuno, el nihilismo medra en una derecha triunfante en las décadas precedentes que ahora no consigue ahormar a la sociedad según sus principios. La crisis económica fue el primer aldabonazo anunciador del fracaso y la pandemia le ha dado la puntilla. ¿Qué hacer? Inyéctense matarratas para acabar con la realidad.

P.S. Trump decide dejar de dar ruedas de prensa. La culpa, los periodistas que las cubren. Es como esas horribles criaturas malcriadas que amenazan con dejar de respirar cuando no les das la razón. Hasta la próxima.