Crónicas de la peste XLVIII
El confinado no había reparado en don Merlos pero el eco le llegó inevitablemente, e, intrigado, gugleó merlos y, ajá, apareció en la pantalla un florido jardín de cotilleos. Don Merlos es un tertuliano y presentador televisivo, un guaperas de copete bravo y engominado, mandíbula trazada a cartabón y más facha que don Pelayo. En cuanto al asunto, ya sabrán de él a estas alturas.
Estaba don Merlos en su domicilio entrevistado telemáticamente por otro periodista de su cuerda, don Negre, y alababa el honor de la guardia civil para denostar del gobierno social-comunista, cuando a su espalda cruzó de izquierda a derecha el cuadro de la pantalla una confiada dama en paños menores, que diría nuestra pudorosa abuela. De inmediato, el honor de la guardia civil se desvaneció de la atención del público atraída por la aparición, que tal parecía sobrenatural. Fue como cuando un espontáneo salta al ruedo y rompe la solemne tragedia de la fiesta nacional y el público, liberado del tedio litúrgico, olvida el magisterio del diestro y aplaude o silba al maletilla: esa brizna de vida al desnudo –nunca mejor dicho en este caso- que irrumpe en la farsa.
Es la nuestra una sociedad anecdótica y tanto más necesitada de estímulos vivificantes en este tiempo de estadísticas funerarias, así que don Merlos ha recorrido los mentideros del país para ponerse en manos de las pitias de la cosa, doña Ana Rosa etcétera, y aclarar el rollo patatero de la aparición. La prensa dizque seria ha dedicado alguna regocijada crónica al asunto y la tele festiva le ha dedicado un circo. Lo grotesco es una tendencia irresistible. Aquí solo diremos que, probablemente, la dama aparecida se había saltado las normas del confinamiento.
En las representaciones pictóricas de la peste se advierte la desaparición de las líneas que separan lo público de lo privado y los escalones de la jerarquía social. Lo estamos viendo estos días cuando las cámaras penetran en las unidades de cuidados intensivos llenas de gente que cubre su desnudez con un hábito hospitalario y los productores de opinión comparecen gallardamente en pijama desde el cuarto de estar de su domicilio para darnos las noticias y ofrecernos sus comentarios, que han de batirse a brazo partido con los rumores y bulos emitidos por fuentes anónimas. La peste es la promiscuidad de la vida y la muerte y el aplanamiento de todos los valores, en el que la honra de la guardia civil se cruza con una fantasía erótica y un chiste de cuernos. Lo que ha representado don Merlos y su furtiva liaison es una historia de la peste en clave zarzuelera.