Uno de los dones inesperados que depara el confinamiento es la cohabitación con un aleph, la intersección del tiempo y el espacio que, según Borges, contiene el universo entero, pasado, presente y, si sabemos reconocerlo, futuro. En la fantasía de Borges, el aleph era una entidad accesible solo a través de la literatura pero la técnica ha avanzado una barbaridad y ahora es digital, lo que da al espectáculo un cromatismo y un movimiento irresistibles. El aleph de casa me lleva a Sarajevo el día 28 de junio de 1914, en que fueron asesinados el archiduque Francisco Fernando, heredero del trono imperial de Austria-Hungría, y su esposa Sofía Chotek por los disparos del joven activista serbobosnio Gavrilo Princip, en el atentado más chapucero de la historia moderna. El atentado es un telefilme que cuenta aquella jornada y las siguientes a través de las indagaciones del policía encargado de detener a los autores del asesinato y a sus cómplices. Los hechos son conocidos hasta cierto punto porque el atentado de Sarajevo forma parte de los magnicidios nunca aclarados.

La interpretación que aporta la película –una de las varias posibles que se han manejado desde hace un siglo- es que la acción fue inducida y favorecida por los poderes económicos y militares del decadente imperio austríaco a sabiendas de que esto significaba la guerra, como así ocurrió. Pero sobre esta cristalina hipótesis flota la espuma de la complejidad balcánica, que la peli pone de relieve: la espinosa convivencia de naciones, etnias y religiones afincadas en su suelo y siempre dispuestas a la greña. Los Balcanes es el lugar donde nace Europa, pero a los europeos no les gusta hasta el punto de que no dudaron en bombardearlo el último año del siglo pasado en la única acción de guerra que ha llevado a cabo la alianza militar precisamente creada dizque para defender Europa.

El aleph gira unos grados sobre su eje y al mismo tiempo que nos cuenta cómo y dónde nació la Europa en la que vivimos, otro canal nos lleva en compañía de los prebostes de la unioneuropea a un viaje diplomático a los remotos Balcanes. La materia del viaje, a la europea manera, es una donación de tres mil trescientos millones de euros para que los países de la región hagan frente a los quebrantos de la peste. El objetivo político parece ser detener la influencia rusa y turca en la zona, como siempre, y ahora también china, países que estuvieron más vivos que los ensimismados europeos a la hora de enviar ayuda a la región. Seguro que en Bruselas todavía hay funcionarios que no saben situar los Balcanes en el mapa, ni para qué sirven, pero la rápida ayuda china y rusa ya se había producido antes en Italia.

El tono de la iniciativa bruselense está en discusión. Para unos, se trata de seducir tibiamente a los balcánicos; para otros, más entregados a la causa, se trata de plantar cara a las amenazas filantrópicas de Rusia y China. Cuesta creer en la capacidad de la ya sea para seducir o para plantar cara a algo o a alguien pero, en fin, así están las cosas. En este momento, dos países balcánicos, los más occidentales, forman parte de la unión: Eslovenia, el más alemán de la región, y Croacia, el único católico. Otros cuatro –Serbia, Montenegro, Macedonia y Albania- están a la espera del ingreso, por ahora sin fecha; y otros dos, Kosovo y Bosnia-Herzegovina (capital, Sarajevo), ni siquiera tienen la condición de candidatos. Ambos países son las parcelas más destartaladas de la ordenación del territorio que significó la guerra de desmembramiento de Yugoslavia en los noventa. En Sarajevo reventó el mosaico de Europa, cien años después estamos recogiendo las teselas y Gavrilo Princip aún no es europeo.