Lectura de La invención de España, del historiador e hispanista británico Henry Kamen. El primer libro adquirido en estado de alarma. El azar ha propiciado esta fusión del hiperrealismo de la peste y de la atmósfera legendaria en la que chapoteamos alegremente. Kamen revisa los tópicos en los que hemos sido educados para sabernos españoles –la reconquista, el descubrimiento y la conquista de América, la lengua del imperio, la inquisición, la leyenda negra, la idea decimonónica de decadencia, etcétera- y los somete a un triple escrutinio: uno, qué hay de verdad comprobada en estos relatos legendarios; dos, en qué momento y contexto histórico fueron recreados y difundidos hasta convertirse en una verdad universalmente aceptada y una noción políticamente operativa; y tres, qué consecuencias han tenido estas historias en la historia real del país.
El puzle no por sabido es menos desconcertante. El lector confirma la mezcla de maleza y ruinas que fue el adoctrinamiento histórico recibido en la escuela franquista, al que ha seguido una abstención militante ante la historia, característica de la escuela de la etapa democrática. Si a los viejos nos inculcaron una noción esquemática y en gran medida falsa de lo que había sido y era nuestro país, en los últimos cuarenta años se ha obviado cualquier intento de sintetizar un relato común y compartido, y atenido a los hechos. La historia ha dejado de ser un dogma para convertirse en un relato opinable y en ambos casos los hechos son prescindibles.
La generación que ahora alcanza el poder es la primera que ha recibido una buena educación general, compatible con la ignorancia, cuando no el rechazo, del conocimiento histórico. Vivimos en un país adánico, o provisional si se quiere, que se reinventa en cada generación, sin encontrarse ni reconocerse a sí mismo en el pasado. Hay ahora más historiadores y más competentes que nunca, y proliferación de publicaciones, foros y simposios, lo que permite al interesado hacerse con un conocimiento bastante cabal de cualquier hecho o época histórica con solo visitar una biblioteca. Pero élites y pueblo se comportan ante la historia como en un supermercado: eligen el acontecimiento y la interpretación que mejor cuadra a sus intereses y con su adquisición acuden al mercado de los objetivos políticos. El fanático ha desaparecido (casi) para dar paso al oportunista.
La deriva no tiene remedio. En el subtexto del libro de Kamen se advierte una constante bien conocida, otro tópico. España ha sido un país en guerra civil permanente, un reñidero insomne de vecinos en el que cada episodio de belicismo doméstico trae causa del anterior. Los oasis de convivencia –el Toledo de las tres culturas, por ejemplo- son espejismos, que quizá tuvieron lugar en ámbitos locales y por un corto periodo de tiempo, al albur de las circunstancias siempre propensas a quebrar cualquier intento de concordia. Todo parece indicar que hemos dejado atrás para siempre los aspectos más cruentos del guerracivilismo pero sus partículas elementales permanecen y activan el patrimonio ideológico como el trabuco del abuelo enterrado en el sótano; es inoperante, pero no sabemos cómo deshacernos de él. Para muestra, un botón: el debate dizque político sobre la respuesta al coronavirus donde lo que menos importa es el virus.