Los desfiles de caballería motorizada que han perpetrado los voxianos en diversas ciudades españolas marcan el perímetro de su área de influencia. No es fácil creer que la mayoría del vecindario quiera vivir en un régimen en el que el destino más probable es perecer bajo las ruedas de los cuatroxcuatro y de las motos de alta gama. Los manifestantes voxianos demandan un mundo tóxico, de gases contaminantes, petardeo callejero y matonismo civil, que está a la contra no ya de la mayoría sociológica sino de la mera supervivencia de la especie humana. Es la libertad de un tiempo pasado, imaginable en un paisaje de dehesas vacías y terratenientes con derecho de pernada pero incongruente en una ciudad de principios del siglo XXI, más cercana a la pesadilla de blade runner que a las ensoñaciones de un señorito de cogote adornado por una escarola de caracolillos engominados.

Dicen que los manifestantes buscan un quince-eme de la derecha, lo que da noticia del impacto que en ese ámbito tuvo aquel movimiento espontáneo y breve que alumbró el podemismo en todas sus interminables variables y de cuya energía ya no queda nada, o casi, políticamente operativo. La diferencia entre la eclosión podemita y la voxiana es evidente porque la primera fue de peatones y la segunda  lo ha sido de automovilistas. En sus referentes remotos, las marchas que anunciaron el fascismo en Europa hace un siglo se hicieron a pie, y si bien los líderes se cuidaron de hacer el recorrido en tren para llegar descansados al momento en que se montaran en el coche oficial, no por eso dejaron de fingir que se trataba de un movimiento peatonal. Aquí no es necesaria está cautela porque el fascismo ya ganó y moldeó el país y la sociedad, y de lo que se trata es de preservar los privilegios que dispensó entre los suyos. Ojo, no obstante, porque el hecho de que estos sean epígonos de sus abuelos no los hace menos peligrosos.

Dicen también que las maneras broncas de don Casado se deben a la necesidad de recuperar los votos que le ha arrebatado vox, y que la táctica está teniendo éxito, según los sondeos. La derecha, no solo está rota, también perpleja. Voxianos y peperos proceden de la misma matriz. Uno de los cochazos que se ven en las imágenes de la manifestación motorizada trae a la memoria a don Miguel Blesa, el compañero de pupitre de don Aznar y copartícipe y beneficiario del capitalismo de amiguetes que instauró el patrón de la derecha española. A don Blesa le gustaban los automóviles poderosos con los que tumbar la aguja en la autopista y las bestias colosales a las que abatir en los safaris de África, y se relajaba viendo en la tele la serie Aída porque le asombraba que sus personajes fueran también españoles. Al final, don Blesa se pegó un tiro. Este brochazo de nihilismo para escapar de la vergüenza no es infrecuente en la  literatura fascista: D’Annunzio y demás. La caballería motorizada defiende el mundo de don Blesa. Quieren hacer creer que anuncian el futuro y lo que hacen es apuntalar el pasado, lo que no los hace inocuos, ojo otra vez. Pero el atribulado líder del pepé, don Casado, va a tener que elegir si quiere llegar al poder a pie o en cuatroxcuatro.