El sanedrín celebra un café de media mañana en el bar de la Media Luna. Todos venimos de la azarosa desescalada, fase nosecuántos, una senda sembrada de normas equívocas, riesgos velados y presagios inciertos, y se advierte en el aspecto de los contertulios. Sentados en torno al velador, a uno le cuelga la mascarilla de una oreja; otro la lleva como una pulsera en la muñeca; otro se adorna la papada con ella; otro la guarda en un bolsillo interior. Alrededor, de alguna manera, corretean los virus, de cuya presencia hacemos abstracción.
No se puede tomar café con la boca tapiada por un pedazo de tela pero tampoco urdir una conversación de voces discretas y apagadas y oídos amortiguados por la sordera si además los contertulios han de mantener entre sí una distancia profiláctica. Un optimista podría decir que la nueva realidad (¿¡!?) es igual que la vieja con mascarilla, pero no es exacto. Esa prenda deleznable parece inventada por un cenizo que nos compele a no olvidar que somos mortales y crea una suerte de filtro que nos separa del mundo o, para decirlo en la jerga del día, que nos mantiene confinados. Diríase que la peste ha dejado en nosotros un poso de suspicacia y, mascarilla mediante, ha afectado a los mecanismos de sociabilidad. Lo que alimenta la melancolía es la percepción de que esta pérdida es irrecuperable.
Quizá para superar instintivamente este retraimiento, los contertulios encontramos materia de palique en dos libros de reciente publicación: las memorias de Woody Allen (A propósito de nada) y la deconstrucción de las leyendas que han forjado la historia de España de Henry Kamen (La invención de España). El primero invita a tomarse la vida con el estoicismo de quien es víctima de una broma de pésimo gusto; el segundo nos revela por qué este país es tan destartalado. Los dos libros, tan diferentes, pueden verse como dos caras de la misma moneda. El primero describe una existencia llena de agujeros apenas sellados por dosis masivas de humor de la mejor ley; el segundo deconstruye con método de mecánico de precisión los relatos artificiales con los que pretendemos explicar quiénes somos como sociedad y como país. En resumen, leídos como lecturas edificantes, ambos libros te dejan en cueros vivos; eso sí, con mascarilla. La última defensa ante la nada.
El amigo Liberius encarece al Escribidor para que reanude la deriva de esta bitácora. Es un deseo que comparten los demás contertulios pero el aludido se muestra reticente porque, cuando asoma la mirada por encima del embozo de la mascarilla, el dinosaurio sigue ahí. De vuelta a casa, se dice, ¿por qué no volver a la tarea? Después de todo, lo que aquí se cuenta es agradecido por un puñado de lectores, casi todos amigos y amigas, que le dan sentido. Así que, reiniciamos.