Hace un cuarto de siglo, quien esto escribe dirigía un diario en esta remota provincia subpirenaica. Un comerciante de la plaza, titular de un pequeño establecimiento de chucherías y refrescos, fue denunciado por la policía municipal por vender alcohol a menores en las frecuentes tardes de botellón de la época y el periódico se hizo eco de la denuncia. La publicación incendió al denunciado, que se presentó en la sede del periódico para aclarar las cosas (sic) con la autora de la noticia. Esta estaba, con toda razón, aterrorizada ante el intimidante individuo, así que le recibió el director. El encuentro fue muy agrio. El reclamante estaba tan poseído por la ira que no era capaz de formular qué quería. El director del periódico comprendió su ventaja dialéctica y dejó que el reclamante se enredara en su propia confusión, lo que a su vez multiplicaba su rabia hasta que prorrumpió en amenazas. El director ordenó que se llamara a la policía y la presencia de esta, unos minutos después, zanjó el incidente. No se formuló ninguna denuncia.
Hasta aquí, los hechos como los contaría una gacetilla. Pero la verdad exige algunos detalles adicionales. El iracundo reclamante era un inmigrante portugués y la denuncia de que había sido objeto y de la que se había hecho eco el periódico ponía en grave riesgo su negocio y quizá su estatus de residente. El director del periódico prefirió ignorarlo y se limitó a aprovecharse de las ventajas, legales y discursivas, que le daba su posición, lo que a su vez le producía un difuso sentimiento de vergüenza y fue entonces cuando ese sentimiento se convirtió en una huella imborrable en la memoria. En busca del argumento definitivo que satisficiera su desesperación, el reclamante bramó mirando a los ojos al director: este es una mierda de país monárquico. A simple vista, la alusión a la monarquía en ese contexto preciso parece incongruente pero en la conciencia de quien esto escribe tuvo algo de revelación. Una epifanía cuyo sentido profundo no se alcanza de inmediato. La monarquía como régimen en el que es imposible hacer valer la justicia y la verdad y en el que los de abajo están siempre a merced de los de arriba, en este caso encarnados en un pequeño cacique periodístico de provincias.
Aquel director de periódico, hoy retirado, ha vuelto a sentir la misma vergüenza monárquica en estos días en los que el país está aprisionado en el dilema entre dos términos incompatibles: monarquía o verdad y justicia. Estas últimas son exigidas para que el viejo rey responda por sus desmanes financieros pero, muy probablemente, el coste acarrearía el fin de la monarquía, así que seguiremos como hasta ahora, pasteleando con los argumentos y los procedimientos, y si alguien se excede en el grito –mierda de monarquía-, siempre se puede llamar a la guardia civil.