La noticia del exilio voluntario del rey emérito sorprende a este escribidor absorto en la crónica de Josep Pla sobre el día en que se proclamó la Segunda República, 14 de abril de 1931. El advenimiento de la República es una lectura fascinante. Pla estuvo en Madrid au mileu de la melée en aquellas horas, entre las calles alrededor de la Puerta del Sol ocupadas por un gentío exultante y los despachos y mentideros donde se urdieron las primeras medidas que hicieron posible un cambio de régimen que nadie esperaba en ese momento. El robusto escepticismo del cronista y su instinto para la captación del detalle significativo ofrecen el paisaje de un suceso asombroso y frágil, grandioso y equívoco. En un santiamén, el país cambió de bandera. Así fue, según Pla:

En la mañana, el rey se reúne con su gobierno y solicita a los ministros la opinión de lo que se debe hacer a la vista de los resultados manifiestamente republicanos de las elecciones municipales, sobre todo en las ciudades; una parte de los ministros sugiere que se debe resistir, pero, consultados a ese fin los capitanes generales de la regiones militares, el propósito está lejos de ser factible; el gobierno claudica. A primeras horas de la tarde, Miguel Maura y Manuel Azaña del autoconstituido gobierno provisional de la República, encerrados en casa y sin saber a qué atenerse, se dirigen a ciegas en un taxi que atraviesa la multitud hasta la sede de Gobernación en la Puerta del Sol, se identifican en el zaguán sin saber qué va a pasar y los guardias forman a su paso. En el edificio de Correos se iza la bandera republicana; no hace viento y desde la calle no es discernible la banda morada de la enseña, lo que provoca titubeos entre la gente. Pla anota maliciosamente: En una población de funcionarios, la bandera del sueldo es siempre la más aceptada generalmente. Cuando el equívoco de los colores se ha disipado, el buen pueblo invade las calles y las instituciones del estado abandonan al rey.

A la siete de la tarde ya han salido los periódicos con las noticias de la jornada y entre ellas el comunicado de Alfonso XIII (abuelo de nuestro rey emérito) que, según cuenta Pla, es un manifiesto al país que tiene la particularidad de no contener ninguna renuncia a ningún derecho de la familia real. Alfonso XIII presenta su partida como un mal menor para España porque esa marcha evitará la guerra civil. Subraya explícitamente que no ha querido resistir en ningún momento. Todo el documento acentúa la nota constitucionalista pura y está escrito con una preocupación histórica muy acentuada. A la vista del documento de Juan Carlos I, se ve que los Borbones tienen ya una acrisolada experiencia, casi una pauta, en este tipo de reales declaraciones de despedida que muestran tres rasgos característicos: a) el rey se va circunstancialmente pero no del todo ni para siempre pues un miembro de la familia recogerá el testigo en el futuro; b) su partida no se debe a que sean responsables de nada, y c) lo hacen como una concesión al servicio del país, tan propenso a no entender las altas razones de la monarquía y a andarse  a la greña cuando se le deja solo.

En la crónica de Josep Pla hay un detalle en el que no había reparado en lecturas anteriores, cuando el lector era más joven y los detalles importan poco. Pasada la media tarde, el periodista se dirige al edificio de la Telefónica para enviar su crónica y en conversación con otros colegas se entera de que el autor del comunicado real es Gabriel Maura, conde de la Mortera, hermano de Miguel, que en esos momentos estaba tomando el poder en nombre de la República y en compañía de un atribulado Azaña, recién llegado a este negocio y tan maltratado entonces como ahora don Pablo Iglesias. Gabriel y Miguel son hijos de Antonio Maura, presidente del gobierno de Alfonso XIII en cinco ocasiones. El vástago más famoso de esta familia será Jorge Semprún Maura, militante comunista en la clandestinidad, escritor y más tarde ministro del rey Juan Carlos en un gobierno de Felipe González, el cual ha pedido que se respete la presunción de inocencia del rey fugado, ante la repercusión pública que están generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada, según la real nota de despedida. A su turno, sentencia Josep Pla: En España todo es siempre igual. Una vez más hemos dejado las cosas para ver quién ganará a la larga.

Y he aquí el guión para otro episodio nacional en el año del centenario de Galdós.