Don Sánchez empieza a dominar la plaza. Ayer, hasta él mismo se lo creyó y el espectador podía apreciar cómo se gustaba cuando las preguntas  de los periodistas se estrellaban contra el muro de su retórica; un muro por lo demás rudimentario, armado de cuatro consignas o frases hechas pesadas como bloques de sillería. Fue la primera rueda de prensa del presidente del gobierno en la que la noticia al rojo vivo era la suerte del rey fugado, huido, exiliado, trasladado, trastocado, traspuesto, estamos a la busca de le mot juste. Don Sánchez obvió el asunto de entrada y en la presentación misma dijo que la rueda de prensa era la última del curso político antes de las vacaciones. Ni un ápice de urgencia ni de inquietud en su ademán.

Luego sometió a la tropilla periodística a una perorata interminable, palabrería gaseosa sobre asuntos generales con su redoble de autobombo. El espectador tardaba en comprender el verdadero sentido de esa introducción plúmbea y sin fin de la que los periodistas no podían sacar ni un titular, como se dice en jerga. Don Sánchez trataba, con éxito en mi opinión, de que las aventuras del rey trashumante no opacaran los méritos acumulados por la acción de su gobierno –y de él mismo, ojo- en estos meses de pesadilla.  Este objetivo principal arrastraba otro secundario, implícito: un mensaje a la casa real para que se apañen solos con los marrones que ellos mismos provocan. Parecía defender a la Zarzuela pero lo que intentaba es que el estropicio borbónico no cayera sobre las cabezas de todos y en especial sobre la suya.

Los periodistas aguantaron la turbonada introductoria del presidente pero, cuando les llegó el turno de las preguntas, demostraron lo monótonos, previsibles y romos que pueden llegar a ser. Don Sánchez les esperaba sonriente tras el atril como el torero tras el burladero que espera que el morlaco se parta el espinazo al embestir a las tablas. Hay que reconocer que era una lidia fácil.  La prensa madrileña forma una especie de colegio de opinión uniforme y repetitivo que ayer llevó dos consignas a la rueda de prensa: descubrir si el gobierno ha tenido algo que ver en la marcha del monarca fugitivo y ahondar en las diferencias de los socios del ejecutivo. Así, una pregunta tras otra. El siguiente decía del anterior: tengo que insistir en la pregunta que ha hecho mi compañero… Don Sánchez respondía a todos con el mismo pase de muleta: ni una palabra sobre la casa real y el gobierno está cohesionado. Son lentejas, si quieres las tomas y si no, las dejas. Al rebufo de estas dos respuestas de aliño, repetidas tantas veces como le fueron formuladas las preguntas, llegaba el mensaje principal: ahora toca aprobar los presupuestos y ya veremos qué fuerzas parlamentarias quieren o no arrimar el hombro (don Sánchez es propenso a estos coloquialismos).

La derecha que patronea unánimemente la prensa madrileña está encabronada. Es una prensa ideológica, apriorística, propensa a mandar sobre la realidad más que a informar sobre ella,  y a la ocurrencia fácil cuando no hay nada mejor que contar. El rey emérito les ha dejado colgados de la brocha y no encuentran modo de echar la culpa de las reales pifias a los podemitas, aunque los más arriscados y vocingleros –voxianos, cayetanos, abecés, etcétera- lo intentan torpemente para satisfacción de don Monedero. En consecuencia, tampoco pueden quebrar al gobierno social-comunista. Don Sánchez lo sabe y no podía ocultar su buen humor. En cierto momento lo dijo con claridad, no me hablen de pacto constitucional o de espíritu de la transición porque el pesoe es el único partido presente en el Parlamento que participó en aquel pacto, de lo que se deduce, aunque no lo explicitó, que si los nuevos partidos quieren algo digan qué. Estaba en el centro de la plaza y pudo adivinarse un sutilísimo mensaje subtextual: si quieren una república, yo seré el presidente; si prefieren la monarquía, yo soy su presidente del gobierno.