Cualquier fulano al que podamos conocer, y tanto más cuanto más abultado tenga el ego, se mosquea muy seriamente si te atreves a decirle que es igual a otro. Nada hiere más la vanidad que los intentos de laminar nuestra irrepetible e inmarcesible originalidad. Prueben a decirle a Vargas Llosa que es igual que García Márquez, a Albert Boadella que es un calco de Martes y Trece, a Arcadi Espada que se parece como dos gotas de agua a Jiménez Losantos, o a Félix de Azúa que es calcadito a Fernando Savater. Pues bien, todos los primeros nombres de estos binomios mencionados, todos ya en la edad provecta, aparecen agavillados en un artilugio colectivo que responde a la etiqueta de Libres e Iguales. ¿Libres de qué e iguales a quién? En fin, licencias de la retórica.
La noticia es que los libres e iguales han decidido pasar la gorra para sufragar los costes del recurso de doña Cayetana, marquesa de Casa Fuerte, ante el tribunal constitucional para que le sea restituido su derecho a que la injuria que profirió en sede parlamentaria contra el vicepresidente segundo, don Iglesias, se recoja en las actas de la sesión, revirtiendo así por vía judicial el mandato de la presidenta doña Batet, que ordenó su omisión en la memoria oficial de la cámara. Doña Batet debió juzgar que, además de agravio a un diputado, aquellas palabras eran una vergüenza para quien las habían proferido y una afrenta al decoro del parlamento. Doña Cayetana tiene razón porque don Iglesias la llamó marquesa, lo cual aun siendo verdad es un accidente biográfico, y ella en justa réplica le llamó hijo de terrorista, lo que, aun siendo mentira, es una vocación y un destino, como todo el mundo sabe. Entre una marquesa y un terrorista, ¿a quién elige la gente de bien? Así que es difícil de encontrar una causa más noble que el derecho de una marquesa a llamar terrorista a quien no lo es, y que la procacidad quede estampada bien clarita en la documentación oficial del congreso de los diputados. Entre paréntesis, quien esto escribe está en desacuerdo con la decisión de doña Batet: si las palabras fueron dichas, oídas y reproducidas por todo el país, esta censura en el acta resulta pueril, al fin los diputados son inviolables por las opiniones formuladas en el ejercicio de sus funciones (artículo 71 de la constitución), cierra paréntesis.
No podrían haber encontrado los libres e iguales una causa más convincente y justa, entre las múltiples penalidades que afligen a la humanidad, para apiñarse en formación de combate y aflojar la cartera. Doña Cayetana dice de sí misma que está empeñada en una guerra cultural contra la izquierda, y la arremetida del congreso no fue sino una escaramuza para descabezar a la hidra. Nadie parece entenderlo, ni su propio partido, que respondió a su heroica hazaña desposeyéndola de la portavocía parlamentaria y mandándola al exilio del remoto e inhóspito escaño catalán del que es titular. Ahora predica sus afanes y penas desde un canal de you tube. Hay en esta historia un cautivador aroma de leyenda medieval: la princesa valiente confinada en la torre del castillo, en un país extranjero, y a cuyo rescate acuden los más apuestos caballeros del reino. No puede descartarse que los libres e iguales vean así el asunto. Todos son gentes de letras y de escena, y he aquí que la declinante existencia les da ocasión, quién sabe si la última, de participar en una buena charada. A ver si hay suerte y se suman a ella los jueces del tribunal constitucional, que también llevan una vida muy aburrida.