Una remota viñeta del dibujante Peridis caricaturizaba la visita oficial del presidente francés Valery Giscard d’Estaing a Madrid en 1978. En la viñeta, este preguntaba, où est le Roi?, y el funcionario de protocolo le traducía al entonces presidente del gobierno, Adolfo Suárez, pregunta por un tal leguá. Peridis describía en cuatro trazos el monarquismo de la república francesa y el difuso republicanismo de la monarquía española. Le Roi y Suárez terminaron llevándose mal y esta deriva en su relación fue uno de los ingredientes del golpe de estado del 23F. Todo indica que seguimos preguntándonos dónde está el tal leguá. El último episodio de despiste real tuvo como escenario el poder judicial. En esta bitácora se ha defendido la piadosa versión de que don Felipe y don Sánchez estuvieron de acuerdo en que, por razones de prudencia, el primero no presidiera la entrega de despachos a los nuevos jueces. Pero no parece que haya sido así. El capitoste (caducado) del poder judicial, don Lesmes, está que trina y ha desvelado una llamada de leguá en que este le pide auxilio, me hubiera gustado estar con vosotros, lo que nos lleva a la truculenta escena del rey secuestrado en un armario por el gobierno social-comunista, y es inútil que los ministros se esfuercen por recordarnos el artículo 64 de la constitución (los actos del rey serán refrendados por el presidente del gobierno, etcétera) porque el secuestro de un rey es una cosa muy emotiva y explosiva en estos lares. Recuérdese aquel dos de mayo.

El mensaje de socorro del rey a los jueces ha traído a mientes otro mensaje, este postal, que la leyenda dice que envió su padre don Juan Carlos al sha de Persia en la que le pedía una pasta para salvar a España del peligro marxista, entonces encarnado, agárrense, por el pesoe de don Felipe González. El sha Pahlevi, que perdería el trono en breve, envió el dinero requerido y don Juan Carlos y don Felipe se hicieron amigos y aquí no ha pasado nada. La anécdota ilustra la necesidad de nuestros borbones por tener amigos en todas partes y lo mal que aceptan que se les acote su real antojo. El rey, como todo padre de familia, vela por el negocio familiar y el porvenir de sus hijas, lo que, en un país donde los reyes siempre han sido provisionales, significa que ha de tener amigos y benefactores en todas partes porque por sí mismo carece de poder alguno.

Los opinadores progres nos recuerdan estos días que el rey debe ser neutral, que no tiene responsabilidad porque no tiene poder, es un símbolo, y su agenda pública la tutela el gobierno. Los más doctrinarios aun sugieren que se le dé la libertad de movimientos que tiene una mascota; la cabra de la legión, digamos, que todos los años es muy aplaudida por estas fechas. Va a ser difícil conseguirlo. El rey es el tótem de la nación, vale, pero no un bulto de piedra o de madera plantado en mitad de la plaza mayor en el que los creativos de la tribu tallan máscaras benefactoras sino un individuo de carne y hueso, con sus certidumbres y apetitos, ¿y qué hará si le impiden el recreo de presidir esto o aquello? El ocio es muy mal consejero, y más encerrado en el despacho, donde no tiene mucho curro, como se ha visto, y no es necesario señalar con el dedo. Además, si deja de aparecer donde se le espera, poco a poco se hará evidente su irrelevancia, incluso su existencia misma será puesta en duda porque el pueblo es mucho de ver y tocar para creer. Où est le Roi?, que diría el otro. Es curioso cómo la historia cambia las cosas y su significado, al punto de que una viñeta de Peridis pueda parecer subversiva.