Café de media mañana del sanedrín en los jardines de la Media Luna. La meteorología ha dispuesto un escenario soleado, de temperatura agradable, y ornamentado con las primeras hojas de color tabaco que alfombran el suelo. Los amigos alrededor del velador. Probablemente, no hay estampa que ilustre mejor la buena vida a la que pueden aspirar los humanos. Sin embargo, el espectador que viniera del espacio apreciaría algunos detalles que desdicen lo que le cuenta la guía turística. Los contertulios mantienen entre sí una distancia artificial y están embozados con mascarillas profilácticas, y parecen envueltos en un cierto retraimiento, como si cada uno habitara un planeta distinto cuya gravedad sienten sobre sus hombros, a su espalda, bajos sus pies. ¿Qué circunstancias te convierten en un extranjero en tu propio mundo?
El repertorio de tópicos de la conversación lo proporciona, inevitablemente, la política, convertida en un guiñol lejano y ajeno: el duelo a bastonazos de Trump y Biden, comportándose como dos viejos cascarrabias en su primer debate electoral en televisión; la enésima sandez de doña Ayuso, la mortífera reina del disparate madrileño; la renuncia de la justicia a sus obligaciones reparadoras al absolver a los mangantes de bankia, y por ahí seguido en dirección a la que parece una catástrofe absoluta. Los chinos irrumpen en el temario de conversación con un efecto balsámico; los contertulios aprecian su eficiencia para mantener embridado el caos planetario y su laboriosa tenacidad para mantener activos los pequeños negocios comerciales y de hostelería de la ciudad. En ese momento, y sin entrar en detalles, un mundo chino no parece un pronóstico indeseable.
A la salida del parque, a la derecha, un vasto solar, plano como la palma de la mano, espera a las grúas y hormigoneras que levantarán un complejo de viviendas de más o menos lujo: el sueño insomne de la clase media y del capitalismo patrio. Hasta ayer hubo aquí un colegio de curas que han dado un pelotazo urbanístico y se han trasladado a otro barrio con más población infantil. El solar vacío se ofrece como una metáfora del presente: un pasado abolido y un futuro improbable. En la esquina, los amigos se despiden. Nada es menos espectacular que la peste y por su duración misma las grandes desgracias son monótonas. En el recuerdo de los que los han vivido, los días terribles de la peste no aparecen como una gran hoguera cruenta sino más bien como un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso (La peste, Albert Camus).