En cierto lugar que sus promotores califican de parque de atracciones, animales y espectáculos, levantado en un secarral de la ribera del Ebro en esta remota provincia subpirenaica, se exhibe un tigre siberiano. Las rayas de tinta china sobre el lienzo blanco de su piel parecen pinceladas de un mensaje incompleto, indescifrable, y este efecto sobre el visitante diríase que lo comparte el tigre, cuya ferocidad se muestra ensimismada. Uno piensa en doña Cayetana Álvarez de Toledo, encerrada en su canal de youtube y encadenada de por vida al monólogo de sus CATiliniarias como el predador siberiano lo está a sus rugidos y bostezos sin objeto.
La Red ha creado un nuevo tipo de marginado. Los llamados influencers son los tigres blancos del parque de atracciones global a los que las abultadas estadísticas de visitas y likes no sacan de su irremediable soledad. Si doña Cayetana no estuviera tan enamorada de sí misma, debería darse cuenta de su aciaga condición. Expulsada a la periferia del partido, despojada de sus atribuciones de portavoz, es decir, expatriada de la realidad tangible, ha querido reinventarse (otro neologismo de los que carga el diablo) en una celdilla de la colmena virtual, donde no se produce miel ni cera sino signos que hinchan sin tregua el galimatías que nos envuelve.
Es sabido que los seres enjaulados, cualquiera que sea la especie a la que pertenezcan, mantienen una relación dialéctica con sus carceleros. Ya sea mediante un discurso muy fino o por meros rugidos, el prisionero quiere recordar a quien le ha aherrojado que hay un mundo al que quiere volver. Estos días, doña Cayetana ha mantenido con su todavía jefe y sin embargo adversario y alguacil de la prisión donde habita, don Casado, una discusión a propósito de la violencia de género. Don Casado intenta maniobrar el pesadísimo galeón de la derecha española hacia aguas más calmas, donde hay consensos mayoritarios sobre algunas cuestiones de común conocimiento, por ejemplo, sobre el irrebatible hecho de que muchas mujeres son acosadas y asesinadas por ser mujeres. Doña Cayetana finge no creerlo así y lo manifiesta con delicioso gorjeo retórico: No existe ninguna prueba empírica, científica o fáctica de la existencia de una violencia contra la mujer por el hecho de ser mujer… Los maltratadores, asesinos y violadores no son delegados de género, no son representantes de lo masculino, no son miembros de un presunto colectivo que tiene como seña de identidad el odio o la violencia hacia la mujer. ¿En qué mundo habita doña Cayetana?
A través de los ojos del tigre podemos ver la taiga y a través de las palabras de doña Cayetana viajamos a un salón dieciochesco, donde hombres y mujeres, libres e iguales, tejen una conversación burbujeante, salpicada de réplicas ingeniosas, saberes enciclopédicos, juegos de palabras y afiladas maledicencias sobre las demandas de la plebe. Si acercamos un poco más el foco de la imaginación reconoceremos bajo las trabajosas pelucas de los contertulios a don Savater y don Vargas Llosa y a algún petimetre gamberro como don Jiménez Losantos o don Sánchez Dragó, gente esta última ruidosa y a menudo zafia pero a los que no se puede excluir del círculo de los ilustrados porque mantienen al pueblo entretenido con sus monerías. Y si el curioso aguza el oído le llegará la voz de don Savater que cuenta con gran regocijo la enésima versión de la anécdota homérica en la que el rey Ulises golpea con su cetro al plebeyo Tersites porque este quiere dar su opinión en la asamblea. No era Tersites, era El Coletas, tercia otra voz, y el cloqueo de la risa invade el salón.
El tigre siberiano y doña Cayetana son especies en extinción. Los conservacionistas hacen bien en dedicar sus afanes a salvar al primero.