Don Bárcenas ha terminado por creer que su famosa manta es el velo de Penélope -que era un sudario para su suegro, el rey Laertes, tomen nota-, del que se puede tirar cuando se acerca un tropiezo judicial para replegarlo cuando haya pasado, y así durante ocho interminables años en los que se acumulan sobre sus espaldas las condenas y los juicios. La manta de Bárcenas, como el velo de Penélope, es el arma blanda del asediado, un recurso para mantener la tensión del relato a la espera del final justiciero en el que los buenos serán recompensados y los malos, castigados. Pero, ¿qué puede haber debajo de la manta que no conozcamos ya? La púnica, la gürtel, la kitchen y demás episodios de título extravagante nos han permitido atisbar bajo el rebujo el dedo gordo de un pie, la sombra de una nalga y la punta de una nariz, ¿qué podemos creer que nos deparará un nuevo tirón de la manta? La repetida manta es en realidad una losa y no hace falta levantar la losa para saber lo que encubre: un cuerpo en estado de putrefacción, un organismo habitado por gusanos.
Esto es lo que sabemos: el gran partido de la derecha adoptó un sistema de financiación ilegal desde el momento mismo de su fundación, que, entre otros beneficios para las actividades e intereses del partido, retribuyó directa y personalmente con dinero negro a todos los dirigentes, y como efecto del cual, se produjo por primera vez en cuarenta años la sustitución de un presidente del gobierno por moción de censura y la fragmentación de la derecha en tres siglas, que ahora compiten ferozmente por el mismo caladero de votos. La prueba de la devastación es que el pepé no encontró a nadie mejor para remontar el vuelo que el inane don Casado.
El amigo Bárcenas asumió voluntariamente una tarea de alto riesgo, que es gestionar los flujos dinerarios de una organización para la que el dinero era el objetivo principal y la política una actividad destinada a dar soporte a este objetivo. Por esta tarea clandestina se cobró un buen precio que sus mandamases aceptaron de buena gana, en el entendimiento de que en el improbable caso de caída el contable pagaría el marrón. El sistema tenía suficientes interruptores como para cortocircuitar el riesgo para los capitostes y no es probable que los apuntes y papelines de la llamada contabilidad bé vayan a alterar su impunidad. Por otra parte, en el juzgado solo se dirimen responsabilidades individuales y el mal colectivo ya está hecho. El mero desfile de Aznar, Rajoy et alii en calidad de testigos, que buscarán la exculpación en sus declaraciones, da una idea de la magnitud de la catástrofe.
Los expertos deberían dar una respuesta convincente a por qué en un sistema democrático, en el que el poder lo elige el pueblo, la clase dirigente tiende a ensimismarse en sus intereses privados. No es seguro que el resto de los partidos del sistema, ahora en liza en Cataluña, vayan a tomar nota de lo que hoy se dirime en un tribunal, más allá de utilizarlo como arma arrojadiza en la fervorina electoral.