La amiga inglesa pregunta qué significan las palabras guardia mora y africanista, términos que había oído en alguna conversación referidos a la época del franquismo y que le parecían intrigantes. No es una pregunta fácil de resumir si se quiere dar una respuesta inteligible, pero esta es la que recibió la amiga curiosa. Primero, una aclaración sobre el significado de las palabras; luego, una explicación sobre la relación entre ambas. Franco y la mayoría de los generales que dieron el golpe de estado que derivó en la guerra civil fueron llamados africanistas porque fue en las llamadas posesiones españolas del norte de África donde hicieron la mayor parte de su carrera profesional y donde ganaron fama y galones entre los suyos. La guardia mora, a su vez, fue una escolta montada, pomposa y ornamental, con la que Franco, ya dictador, se exhibía en público. Resulta, pues, que el mismo general africanista que animaba a sus tropas legionarias a degollar a los rebeldes africanos y clavar las cabezas en las bayonetas y hacerse collares con las orejas, se hizo rodear de una guardia africana como símbolo de su poder y estatus. Es la mentalidad de un tirano arcaico pero ¿qué lleva a los moros a servir de escolta al tipo que los ha masacrado?
En tiempos de pánico y extrema brutalidad, el individuo aterrorizado busca fórmulas de supervivencia y una posible es mimetizarse con el verdugo. En vox, una formación racista que propugna la deportación masiva de inmigrantes africanos, hay algunos afiliados de este origen étnico que han alcanzado puestos relevantes en la organización del partido, por ejemplo, el portavoz de esta formación en Cataluña. La corrección política impide a los blancos progres poner de relieve esta circunstancia, hasta que son los mismos interesados los que advierten la incongruencia de su situación.
Es lo que le ha ocurrido a don Bertrand Ndongo, cuya prometedora carrera política le había llevado al rango de asesor de doña Monasterio, la sofisticada fascista, si vale el oxímoron, que está siendo rebasada en su propio terreno por doña Ayuso, la de los pies ligeros. Don Ndongo ha descubierto lo contradictorio del hecho de que su partido anuncie la deportación de don Serigne Mabyé, español y de origen africano, como él mismo, porque es podemita y ha calificado blandamente la amenaza voxiana como metedura de pata. Hombre, es algo más. Es la delgada línea que separa el destino de tu cabeza, o bien empalada en una bayoneta o bien sobre tus hombros cuando vas montado en un brioso corcel, empuñando una pica, tocado con un turbante y cubierto con una larga capa blanca, a la vera del vehículo oficial de doña Monasterio, que es básicamente la alternativa que propone vox a los españoles que no se apellidan espinosa de los monteros.
La introducción del racismo en la agenda política es una herencia, otra más, del legado trúmpico. Vox carece de ideología en el sentido mínimamente serio que se ha venido dando a esta palabra pero tiene un oído muy fino para captar el malestar de la calle y elevarlo al rango de consigna atronadora de hincha de fútbol. No es raro, ni censurable, que don Ndongo prefiera estar en el palco del Bernabéu y no entre la chusma voxiana que puebla la grada y grita, negro, cabrón, recoge algodón, hasta que se da cuenta de que ha metido la pata, no su partido sino él.