Debería intrigarnos por qué, entre la vasta nómina de personajes de cómic, sobrevive y destaca Joker, el villano de la serie de Batman, un tipo de cara pintada para ocultar las huellas del rostro ocasionadas por la caída en un contenedor de productos corrosivos durante el intento de robo en una fábrica. El personaje, como si hubiera salido de la pluma de Shakespeare, ha sido notablemente interpretado por actores de relumbrón, como Jack Nicholson, Heath Ledger o Joaquin Phoenix. Veamos. Las historietas se desarrollan en Gotham, una ciudad entenebrecida, atemorizada, polucionada, de elites corruptas, en la que hay una fluida comunicación entre la superficie y las cloacas, y en la que el superhéroe es un niñato rico, con ínfulas filantrópicas, que domina los instrumentos de la tecnología y goza de copiosas rentas para mantener su sofisticado modo de vida. Un pijo como Bill Gates, en resumen. Entre los varios villanos de este tebeo, estrafalarios y resentidos, Joker atrae la curiosidad y la empatía del lector -¿quién puede resistirse a un payaso?-, y se deja arrastrar por él al borde del precipicio. ¡Es broma! Nos relajamos y vuelta al mismo truco, risa y vértigo, risa y vértigo, botellón y pandemia, hasta el final y sálvese quien pueda.
La política ha ejercido una atracción proverbial entre los cómicos y gentes de la farándula, desde Coluche a Beppe Grilllo, para mencionar solo dos ejemplos de memoria. Pero no todos triunfan en el empeño porque no encuentran el libreto ni el personaje. Véase a esa penosa mediocridad de don Tony Cantó peregrinando por todos los repertorios en busca de un papelito con frase. En algunas ocasiones, muy pocas, se produce el milagro. Una realidad que parece un escenario de teatro y un personaje que se ajusta a las expectativas del público, el cual ha renunciado a todo menos a reírse de la realidad y de sí mismo. Madrid es Gotham bendecido por un sol espléndido en el cielo azul, de cuya imagen no podemos apartar el rostro riente de doña Ayuso, ni tampoco la sensación de catástrofe que inspira.
Pudimos conocer mejor al personaje el pasado domingo en una entrevista televisiva, celebrada poco antes de que los electores la entronizaran en el sillón por amplísima mayoría. El lugar del encuentro evocaba el camerino del artista y en la entrevista se despojaba de algunos de los afeites con que concurre en escena pero seguía envuelta en su personaje. Es un rasgo de las grandes divas para las que el papel de cada función es solo un aditamento circunstancial que se soporta sobre la personalidad de la artista. Doña Ayuso puede decir una cosa y la contraria sin dejar de ser ella misma. Entre los seguidores a sus mítines, la reacción era unánime, tanto si pensaban darle su voto como si no. Los primeros no sabían por qué le votaban; los contrarios tampoco por qué no lo hacían. Es el grado cero de la política: el punto en que doña Ayuso se convierte en Joker y no sabes si reír o llorar.