La audiencia nacional, el tribunal encargado de los delitos de terrorismo y crimen organizado, y antes del orden público en general, entiende también de virus y ordena la suspensión de las restricciones a la hostelería decretadas por el gobierno central con el fin de rebajar la incidencia acumulada de la pandemia ante la campaña turística del verano. La resolución judicial ha sido a demanda de la comunidad de Madrid y el gobierno central ha reculado y propondrá otra normativa presumiblemente más liberal. Es típico de este país que te veas ante el mismo tribunal, ya sea por poner una bomba en un supermercado o por dictar una norma de salud pública.
La pandemia nos ha enseñado, por decirlo de alguna manera, porque lo olvidaremos pronto, que el país carece de sistema para hacer frente a las crisis sistémicas. Ya nos lo hicieron ver cuando la crisis financiera de la década pasada y ahora lo hemos comprobado con la peste de la covid. Un sálvese quien pueda generalizado alienta bajo los protocolos, las conferencias de responsables de salud y las incesantes consejas y opiniones que imparte la tele a todas horas. La catástrofe de salud pública y la económica derivada son para quienes las sufren un problema o una tragedia, según el tamaño del impacto y la fortaleza del paciente, pero para los políticos el problema no es el hecho real sino la interpretación que de él hace la masa de los votantes. Doña Ayuso ha dado un curso magistral de demagogia bajo presión de una crisis sanitaria sin precedentes y se ha salido con la suya, diríase que a hombros y por la puerta grande.
La izquierda, a su turno, debería revisar sus prejuicios antitaurinos porque, si bien el virus no es un organismo vivo, doña Ayuso ha demostrado que se le puede torear a gusto del respetable. Nada impacienta más al público en las gradas que un bicho reservón y parado en el albero. El SARS Covid 2 no lo es, desde luego, pero en vez de llevar a la prudencia se ve que empuja al arrojo. Madrid es una fiesta y no hay sánchez en el mundo que lo impida; tampoco lo conseguirán los descontentos ayusistas de Chamberí, y tanto menos si tienen enfrente a una autoridad en festejos como don Toni Cantó.
Ojo, pues, con la desescalada (¡vaya palabro!), que con suerte será la última, no por sus efectos en la amenaza de la pandemia sino por todo lo contrario. Ya no habrá riesgo y los supervivientes mirarán atrás y pensarán, no ha sido para tanto, y de ahí a sospechar que el gobierno ha utilizado la pandemia para amargarnos la vida hay un paso imperceptible, tanto más si está estimulado por un previsible despunte de la economía. Este estado de ánimo entre jolgorioso y resentido tendrá efectos electorales. Al buen pueblo no le gusta que le incordien y, a la menor oportunidad, se la hace pagar a quien ha gestionado la desgracia. Que se lo pregunten a Winston Churchill. Doña Ayuso no solo está llevando la contraria al gobierno, está también abonando el terreno para la victoria definitiva. Solo falta que don Casado, que es un soso dubitativo, la imite. Fortuna audaces iuvat. El botellón no es solo un signo de libertad, también va a serlo de victoria.