Cuando yo uso una palabra quiere decir lo que yo quiero que diga. La cuestión es saber quién es el que manda (Lewis Carroll, Alicia a través del espejo).
Uno de los rasgos, sin duda el más relevante, del discurso de la neo derecha es su carácter disruptivo. No pretende tener razón ni menos tejer un discurso sobre la lógica y los hechos comprobados, simplemente aspira a escandalizar al oyente, desconcertar al adversario y, si se puede, dinamitar la base consensual en que se apoya la convivencia democrática. Lo que doña Cayetana llama guerra cultural es exacto en el primero de los términos del sintagma. Hay guerra y las palabras son la munición, rotundas y ruidosas como balas de obús. En la trinchera de enfrente, una vez recibido el pepinazo, el adversario tiene que dedicar mucha energía y tiempo a deconstruir el mensaje, a explicar que se trata de un bulo, una mentira o una provocación, pero el efecto ya está conseguido y un nuevo obús sigue al primero y a este, otro. La estrategia trumpista ha conquistado a la derecha y está aquí para quedarse. En este nuevo escenario, el discurso conservador clásico, irónico y elusivo, del que los retruécanos de don Mariano Rajoy eran un paradigma perfecto, ha desaparecido para siempre. Lo que viene ahora es ruido y furia.
Don Casado no está preparado para esta guerra, carece (con razón) de la elevada autoestima intelectual de doña Cayetana, del desenfado populachero de doña Ayuso, de la mala sombra de don Aznar y de la brutal osadía de los voxianos, que son al conjunto de la derecha lo que la legión y su cabra al ejército español. Pero debe intentarlo porque en esta batalla se juega el mando del ejército. Ayer disparó un mensaje de ensayo, que siendo por completo falso al modo trumpista no carecía de cierta elegancia literaria al modo rajoyano. Dijo el líder de la oposición que la guerra civil enfrentó a quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia. En la bancada de enfrente, que han leído los manuales de guerra literaria producidos por los falangistas hace ochenta años –Rafael García Serrano y todos esos-, captaron de inmediato el silbido que acompaña al obús en su trayectoria y replicaron debidamente. Sin embargo, el primer objetivo de la neolengua trumpista estaba alcanzado: obligar al enemigo a distraerse en desenredar el mensaje, lo que le hace parecer tardo y cansino. Cuando don Errejón recordó la obviedad de que la guerra civil había sido provocada por un golpe militar contra la legalidad republicana, su réplica era consabida y deslustrada. La réplica complació a la derecha, que bien sabe por qué hubo guerra civil, y a mucha honra, y desconcertó a la izquierda porque evocó un paisaje al que no quiere volver.
La declaración de don Casado no era un improperio sino una proposición, que llevaba tras sí implícita una conclusión lógica. La secuencia completa del mensaje es la siguiente: la guerra civil enfrentó a quienes querían la democracia sin ley y quienes querían la ley sin democracia, siendo así que el actual gobierno de don Sánchez es ilegítimo porque pacta con separatistas y terroristas y en consecuencia produce una democracia sin ley, la única alternativa es una ley sin democracia, vale decir, un constitucionalismo que deja fuera a la mitad de la ciudadanía, como reclaman voxianos y colonitas.
Don Casado se ha metido en un jardín que, por el momento, es solamente lingüístico. Menos mal que podrá recibir ayuda profesional de don Toni Cantó al frente la recién creada oficina del español. Por cierto, es propio de la gramática trumpiana poner al frente de una institución sobre el lenguaje a un tránsfuga compulsivo porque anuncia el valor que tiene la palabra dada en la neolengua española. George Orwell y Humpty Dumpty estarían encantados de saberlo.