«Abuelo, si te queremos mucho, pero no dices más que tonterías», replicó Ainhoa, de seis años, a una propuesta de juego hecha por el viejo.
Don Felipe González ha asistido al congreso del pesoe para celebrarse a sí mismo y ha dejado claro que, a) siempre dice que lo que piensa y lo seguirá haciendo, que para eso es viejo, (esto último no lo ha dicho, es el subtexto) y b), que es de los pocos que quedan vivos de lo que ahora los jovenzuelos llaman el régimen de 78. Los viejos tienen, tenemos, una imperiosa necesidad de estos gestos vindicativos porque nos acompaña la creencia, no siempre infundada, de que nadie se acuerda de nosotros. Entre las varias experiencias que te proporciona la vejez está la comprobación del inabarcable vacío que te rodea y es de agradecer cualquier signo que dé señales de vida a tu alrededor, aunque sean los aplausos circunstanciales del público cautivo en un congreso en el que estás de telonero.
El paseíllo de don González, antaño Felipe, ha traído a mientes la aparición, esta mucho más recatada y en un ámbito más discreto y marginal, de otro superviviente: Óscar Alzaga, que ha escrito unas memorias vindicándose como protagonista de aquella gesta, tituladas muy propiamente La conquista de la transición. Confieso que cuando tuve noticia de la presentación del libro acudí a la wiki para comprobar que el autor estaba vivo y en el dilatado vídeo en el que se puede seguir el acto de presentación, donde comparte mesa con otros tres caballeros provectos, me costó identificarle hasta que le delató su característica voz, pausada, didáctica y condescendiente, coloratura que ya tenía de joven y que la edad ha acentuado. Óscar Alzaga, nombre que nada dirá al noventa por ciento de la población, y me quedo corto, fue, es un brillante abogado que, en el fervor de siglas partidarias que salieron de las catacumbas en la transición, apareció en el estado mayor de la facción demócrata cristiana del partido matriz, la ucedé. Aquella sigla de corta vida representaba a los ojos del buen pueblo, desacostumbrados a la luz democrática, el partido del estado y eso le permitió ganar las primeras elecciones y encauzar la transición. Sin embargo, el tumulto de intereses y ambiciones que pugnaban en su interior dinamitaron el invento, hubo un intento de golpe de estado por medio, y llegó la hora del superviviente al que se ha mencionado en el párrafo anterior. Por esas fechas, don Óscar abandonó la política.
En sus memorias sostiene la tesis de que la transición fue posible por la oposición sostenida en los ámbitos universitarios y académicos y la influencia que estos ejercieron en el exterior a través de sus contactos con embajadas y centros de opinión de los países europeos. Ese fue el campo de acción de don Alzaga y de otros antifranquistas crípticos, hoy diríamos moderados, tan moderados que en sus filas había ministros y altos cargos de la plena confianza de Franco, como Joaquín Ruiz Jiménez, al que se menciona en las memorias. Los dos hitos de esta discreta oposición antifranquista fueron el llamado contubernio de Múnich y la revista Cuadernos para el diálogo, ambos ininteligibles en aquella época y podría decirse que también en esta. Todo esto es sabido, ¿qué cuenta, pues, el memorialista?
Don Alzaga aparecía en aquella época como un enredador en busca de un hueco en el tinglado del nuevo poder y un agente significativo de la demolición de la ucedé. En sus memorias cuenta por qué y el asunto no carece de comicidad, que presumiblemente él no comparte. Resulta que, como es sabido, la policía política de Franco, la entonces muy famosa brigada político-social, seguía los pasos de todos aquellos que daban muestras de inquietudes, como se decía también entonces, y en consecuencia tenía amplios dosieres de don Alzaga y sus colegas de conspiración universitaria. Esta documentación, que demostraría la presunta amplitud de la oposición antifranquista en los entornos conservadores y democristianos, fue destruida por orden del ministro del interior, don Rodolfo Martín Villa, en aquel momento correligionario de don Alzaga en la ucedé. ¿Y por qué lo hizo el ministro? Acaso para no quedar en evidencia, ya que don Martín Villa, ahora procesado en Argentina por crímenes durante la transición, ay, procedía de la facción azul, falangista, de la ucedé y puede suponerse que no quería aparecer como menos demócrata que sus socios de gobierno de la época. ¿Y por qué no protestó entonces don Alzaga? Por sentido de estado. ¿Y por qué ha tardado tanto tiempo en contarlo en sus memorias? Porque quería tener pruebas documentales de lo que escribe y tiempo para escribirlo. Así se hace la historia, así se percibe y así se cuenta. Son verbos distintos y a menudo irreconciables, a los que hay que sobrevivir. Y celebrarlo.