En medio de la bronca que ha provocado nuestra adorable doña Cayetana en su partido, y preguntada si piensa renunciar al escaño de diputada, ha respondido que no, claro, pero lo singular y admirable es la razón que ha dado: porque sería vulgar, ha dicho. Ya lo ven. Tenemos una democracia cutre, de plebeyos, en la que se censura al disidente que se aferra al escaño que le ha proporcionado el partido, y resulta que ese comportamiento es precisamente aristocrático. Lo excelso, lo chic es que no te desmonten del caballo los que ladran a tu alrededor. Es imaginable el estupor de los plebeyos dirigentes del pepé, que defienden los intereses de las clases altas, cuando se topan con un genuino representante de ese mundo. Algo, sin embargo, deberían haberse maliciado a estas alturas del curso. En el infecto cenagal que es la corrupción del partido, la única gallina que aún cacarea jovialmente y se pasea sobre los purines con la cabeza alta y las plumas sin una mota de barro es Esperanza Aguirre, condesa consorte de Murillo y de Bornos.
Hay diputados que lo son porque los ha elegido el pueblo y otros, otras en este caso, que lo son por derecho divino. Cayetana y Esperanza ocupan un lugar excéntrico en una formación de jefes de negociado y redactoras de Telva en defensa de sus mezquinos puestos en la empresa. Cayetana y Esperanza no necesitan hacer méritos ante la patronal porque solo se representan a sí mismas, ni siquiera a los electores que les dieron dócilmente su voto cuando se lo ordenó el partido.
La marquesa de Casa Fuerte, con ese instinto que solo otorga la sangre, ha focalizado el objetivo de su cruzada en el segundo de abordo del pepé, encargado de la unidad del partido, un tal don Teodoro García Egea, que, en efecto, parece la quintaesencia de la plebeyez. No solo sus apellidos se muestran huérfanos de guiones, conjunciones copulativas o preposiciones de genitivo sino que en su aldea es campeón de lanzamiento de huesos de aceituna expelidos por la boca. Por dios, ¿de dónde han sacado a este muchacho? La marquesa le acusa de ejercer un poder teocrático, teodocrático [sic] y testosterónico sobre el rebaño. En el fuego graneado del lenguaje, que incluye un ¿ingenioso? neologismo ad hoc, se adivina el doctorado en Oxbridge de la marquesa. El tal Teodoro no solo tiene un comportamiento machista, que es como lo hubieran calificado en su caso las turbas feministas de la calle, sino algo más profundo, más primario e irremediable, es testosterónico. El aludido podría corregir con algún esfuerzo su presunto machismo, que al fin es una lacra adquirida por costumbre, pero ¿cómo librarse de la testosterona? ¿hormonándose?
Como quien rescata Jerusalén de la garras de los infieles mahometanos, la cruzada de doña Cayetana dizque está dirigida a defender a doña Ayuso, la juanadearco de Madrid. Pero la aludida no debería dejarse envolver en el motín porque lo que parece una defensa es una utilización de su figura como ariete contra la dirección del partido. A las y los ayusos los pone y los quita el mando -en su caso, la mencionada doña Aguirre- para que ganen batallas, no para que deshagan la formación, que es el objetivo de doña Cayetana. Por más ego que tenga doña Ayuso nunca alcanzará el tamaño y la dureza del de una marquesa. Y es en este momento cuando recordamos con un suspiro a Robespierre.