Todo indica que la batalla electoral en la meseta ibérica, que ahora llamamos la España vaciado, se va a desarrollar en un marco severamente carnívoro, desde la caza a la industria intensiva de materia prima para hacer filetes. La caza es una propuesta del ministerio de agricultura del gobierno como herramienta de desarrollo regional. En cuanto a las factorías de carne, que hemos dado en llamar macrogranjas, está todo dicho en las últimas semanas: primero, son nocivas; luego, son deseables; al día siguiente, no existen, y por último, parece que hay que regularlas.

La distancia que media entre la actividad cinegética y el cultivo intensivo de reses describe el inabarcable arco temporal del progreso humano, desde la pequeña horda paleolítica de cazadores-recolectores hasta los campos de exterminio. Pero nadie quiere vivir en el paleolítico ni en un establo gobernado por ordenador. Digamos que lo deseable sería un término medio. Cierto amigo, centrista convencido, ha logrado una síntesis de los dos extremos del dilema. Es propietario de un pequeño coto de caza menor en la taifa de don Emiliano Page, y ante la irrevocable extinción de la fauna silvestre, satisface el apetito de los cazadores a los que arrienda el coto con perdices de granja, que suelta en vísperas de la cacería y que obtienen una desconcertante libertad entre la jara y el tomillo unas horas antes de ser abatidas por un disparo o en las fauces de un zorro que se aprovecha de la inopia de la perdiz en el nuevo entorno.

El debate de las macrogranjas –un término convenido pero sin soporte legal ni léxico-  señala el gusto por la extravagancia que ha adoptado el discurso público, en el que ya es imposible distinguir al sabio del cretino. El trumpismo, que es, lo queramos o no, la ideología dominante, consiste en decir lo que se te antoje si tienes una cuenta de tuiter, una tribuna en el parlamento o un espacio en una  tertulia de la tele. Las nuevas tecnologías permiten que cualquier idiota diga cualquier idiotez y durante un breve lapso de tiempo se haga sentir en la corrala global. Tendencias, o trendings, que no se sabe a qué tienden y cuyo efecto se desvanece de inmediato en la mediosfera sin dejar rastro.

Pero, mientras vagan por las redes, los tópicos dejan una huella de carácter, el retrato instantáneo de quienes participan en el guirigay: don Garzón y su ensimismada falta de sentido de la oportunidad; don Sánchez y los demás ministros socialistas, de su cobardía; don Casado, de su alocado oportunismo; don Lambán y don Page, de su miope resentimiento; los sindicalistas agrarios, de su mecánica propensión a la queja por cualquier causa. La dificultad radica en dar sentido a  este coro de voces estridentes y desafinadas. Si una legión de chimpancés aporreando máquinas de escribir, se decía antes, no puede hilvanar ni una línea de El Quijote, todas las sandeces que se han dicho estos días sobre las macrogranjas no dan ni para un mal eslogan de campaña electoral. El pepé lo ha intentado y le ha salido esto: más ganadería, menos comunismo, que parece ideado por un algoritmo, y quizá lo esté. ¿Puede esta memez mover la voluntad de los electores? Pues sí, puede, porque está inspirada en el espíritu de doña Ayuso, y ese es parte del encanto de esta época.