Bronca en el pepé, hecha de materiales consabidos y con guiones ya vistos. La corrupción sistémica y la pugna entre la taifa de Madrid y el sultanato de la calle Génova son sendos tópicos del partido de la derecha española. Las novedades de este nuevo episodio son dos. Una, que la corrupción sea motivo de guerra doméstica, donde siempre hubo acuerdo y tolerancia, y dos, que la batalla se dé a grito pelado y, al parecer, a muerte. Solo uno quedará vivo y el efecto final en el mapa de la derecha está por ver.
Los hechos son obvios y previsibles, a saber, en lo más crudo de la pandemia el gobierno de doña Ayuso contrata la compra de mascarillas a un empresario muy amigo y en el trato actúa de intermediario el hermano de la presidenta, que se lleva un pico por la intermediación. Nada que no hayamos visto antes. ¿Qué es la política de la derecha, y más singularmente la madrileña, sin que haya negocios con mordida de por medio? Doña Ayuso está en la onda. Al llegar al poder, debió cambiar el agua de la charca de ranas de su predecesora pero es sabido que los batracios necesitan ciertos nutrientes de aguas estancadas y ella misma es un batracio del criadero de doña Aguirre, convertida en princesa por las fabulaciones que urden consejeros y asesores de imagen, a las que ella se adapta con innegable plasticidad y talento para el papel. Mientras dura el encantamiento y la carroza todavía no es una calabaza, el subidón es inenarrable.
Revisaba el viejo papeles del pasado cuando encontró en un anuario del diario de referencia una loa desmelenada de don Vargas Llosa a doña Esperanza Aguirre, cuya imagen se ofrecía a toda página en el reportaje golpeando con mucho swing una pelota de golf, No sabemos si en el mismo green que terminó por convertirse en otra terminal de la charca de ranas. El palo de golf es la maza de guerra de la clase media ascendente, a los que antes se llamaba nuevos ricos. Hoy, nadie fotografiaría a doña Aguirre de esta guisa. La venta de un retrato de Goya, que atesoraba la familia de su marido, al plutócrata don Villar Mir, que parece el cajero automático del pepé, ha traído la discordia a la familia y amenguado la imagen de la ex presidenta, convertida en una parvenu.
La novedad del caso que ahora nos ocupa es que doña Ayuso lleva camino de convertirse también en una parvenu, pero no de la aristocracia, como su predecesora, sino de la mesocracia que manda en su partido. Y ahí están, en esquinas enfrentadas de la mesa, la heroína doña Ayuso haciendo ojitos y mohines de mujer afrentada por el hombre y el villano don Egea, la mandíbula tensa y la mirada de acero de hombre afrentado por la mujer, tal que en un juicio de divorcio. Las apuestas están a favor de don Casado y su segundo, pero la presidenta madrileña aún tiene opciones. Doña Esperanza y doña Cayetana vienen en su ayuda. En las baronías del pepé, las opiniones son difusas, propias de quienes han sido sorprendidos a contrapié y se están tentando la ropa. Don Mañueco, el hipotético futuro presidente de CastillayLeón, ha respondido sabiamente: bastante tengo con lo mío. Y tanto, después de que su acreditada visión política le hiciera ensalzar a doña Ayuso y rechazar a don Egea.