Don Feijóo ha empezado a bracear, a su parsimoniosa manera, en el remolino diabólico de su partido. La propuesta que ha dirigido al presidente del partido es, o arreglas este sindiós a toda pastilla o convocas un congreso nacional. La primera parte de la proposición parece imposible, como sabemos todos, así que hay que fijarse en la segunda, en la que, abrasados doña Ayuso y don Casado por sus temerarias iniciativas, el proponente, ejemplo inmarcesible de probidad y buena gobernanza, sería elevado a la cabecera del partido por amplísima mayoría si no por unanimidad. Llega la solución galaica.
Don Feijóo representa el liderazgo natural, como anuncia un rotativo pelotillero. El untuoso adjetivo no carece de referentes. Don Feijóo pertenece al linaje de don Fraga y don Rajoy, conservadores de una pieza capaces de hacer una política conservadora sin que estén en peligro las mayorías absolutas que les han puesto al mando. Es un misterio -y fue un calamitoso error, como se ha visto ahora- la desabrida maniobra que acabó con don Rajoy y su heredera doña Soraya para situar al mando del partido de los charranes a un par de indocumentados. Quizá fue una cuestión de estilo y de sensibilidad. La pachorra de don Rajoy, que él mismo amenizaba con absurdos retruécanos de casino de pueblo, no cuadraba en el laconismo militar que los capitostes castellanos heredaron de sus abuelos falangistas. Don Aznar decretó el retorno del verdadero pepé y se sacó de la chistera a don Casado y compañía.
La niebla acompaña a la vida de los pueblos atlánticos, un fenómeno atmosférico cuya virtud consiste en hacer luminoso el paisaje y al paisanaje que aparece cuando se disipa. Y quién dice la niebla, dice el pasado. Don Fraga consiguió que su amplia y sostenida clientela no le tuviera en cuenta que había sido un ministro de Franco y probablemente el que más y mejor trabajó para hacer respetable la dictadura en su última etapa. Don Rajoy consiguió que su gente aceptara que la pavorosa corrupción de su partido era un fenómeno marginal que no le concernía a pesar de que él mismo, con su nombre y apellido, figuraba como beneficario en los papeles acusatorios. Y a su turno, don Feijóo, el líder natural, hará que olvidemos que su presentación en sociedad fue en la cubierta del yate de un narcotraficante con el que intimaba dándose crema entrambos para proteger sus epidermis de los rayos solares. ¿En qué clase de país empieza un político su carrera en compañía de un narco? La respuesta es desoladora: la clase de país en el que, si se logra echar a este gente del patio común, los frutos los cobra el neofascismo.