Intimidad estratégica es el curioso término acuñado por monsieur Macron para definir el proyecto que reunió bajo su batuta a cuarenta y cuatro líderes europeos en Praga. Los reunidos posan muy propiamente en un salón de muros desnudos y macizos que sugieren la fortaleza que ha de defendernos de la horda exterior. Intimidad estratégica es un hallazgo semántico notable. La estrategia, un sustantivo de mucho fuste y tinte militar, se ha convertido en lo adjetivo de un sintagma que evoca el cuidado, el mimo, las conversaciones en voz baja y los secretos de alcoba. La intimidad estratégica está pensada para provocar los celos de quien no ha sido invitado al encuentro. Si introducimos a este personaje ausente en el marco mental de la reunión, la foto de los reunidos evoca al rebaño agrupado y receloso ante el acoso del lobo, cuyos aullidos se oyen con claridad y espanto en el campo que rodea al castillo: bomba atómica, auuuh.
La reunión de Praga fue una suerte de representación de Europa a mogollón. Entre los cuarenta y cuatro concurrentes estaban los miembros de la unioneuropea y de la otan, menos Estados Unidos, claro, y aspirantes a pertenecer a estos clubes, como Albania o Georgia, además de la inevitable Ucrania, y otros que no son socios ni lo desean, como Suiza y Noruega, o que han decidido irse, como Reino Unido, y algunos enfrentados entre sí, como Armenia y Azerbaiyán. Rusia ha sido, naturalmente, excluida, pero tampoco asistió Turquía, que es miembro de la otan y no hace tanto que se habló de que podría entrar en la unioneuropea, y que por razones históricas es más europea que, digamos, Islandia, que sí estaba en la reunión. En Serbia, que no estaba invitada porque son eslavos y usan el alfabeto cirílico, llaman turcos a sus paisanos de Bosnia, y están enfrentados a su vecina Croacia, que sí estaba en Praga, con la que comparten el mismo idioma solo que los croatas lo escriben en caracteres latinos.
Europa es un puzle al que indefectiblemente le faltan o le sobran piezas, según las circunstancias, pero en París siempre hay un Napoleón, un De Gaulle o un Macron, dispuesto a componer el rompecabezas con una buena idea. De momento, el proyecto ya tiene un bonito nombre: Comunidad Política Europea, cuyo objetivo es compartir la misma lectura de la situación que vive Europa y, a partir de ahí, construir una conversación estratégica que hasta ahora no ha existido para crear proyectos comunes, en palabras del promotor de la iniciativa.
La invasión rusa de Ucrania ha sacudido el tablero internacional y ha inyectado incertidumbre y ansiedad, singularmente en este espacio geográfico que llamamos Europa, y esta alteración del ánimo ha tenido como primer efecto un movimiento centrípeto hacia la unidad, no por una visión compartida sino en busca de cobijo y seguridad. Este estado emocional ha hecho posible el encuentro de Praga, cuyo desarrollo dependerá de la evolución de la guerra, que a su vez depende de lo que hagan o quieran hacer dos potencias ajenas a la Europa reunida en Praga: Rusia y Estados Unidos. Volvemos a la casilla de salida.
Europa es un continente de naciones de identidad muy conspicua, pasado espeso e ínfulas imperiales. A mediados del siglo pasado, estos rasgos habían diezmado a la población, arrasado el territorio y virtualmente despojado de soberanía a los estados, que fueron ocupados de oeste a este por dos potencias exteriores, las mismas que ahora marcan la pauta en la guerra de Ucrania. ¿Hasta qué punto creemos que la situación ha cambiado desde 1945?
Sí, la uniónsoviética desapareció pero, por lo que llevamos visto, la única consecuencia es que el frente de la guerra fría se ha desplazado al este, del Elba al Dniéper. La moderna Europa que nació de un acuerdo económico (Tratado de Roma) se ha extendido pacífica y despreocupadamente hacia el sur y hacia el este y ahora agrupa 27 estados. Algunos orientales, Polonia y compañía, tienen su propia agenda nacionalista; otros, los balcánicos, son geográficamente centrales pero están huérfanos de atención y en tierra de nadie, y un puñado de periféricos apenas visibles en el mapa pero bien provistos de anhelos, contradicciones e intereses. Sobre este escenario, monsieur Macron tiene un sueño.