Doña Yolanda Díaz ha visitado la remota provincia subpirenaica en su gira de presentación pública del proyecto Sumar. Hay una larga cola para entrar en el recinto donde se celebrará el mitin. Un viejo a la espera comenta, voy a ver si me convence y si no, que les den po’l … a todos, yo ya he votado bastante en esta vida. Esta idea de última oportunidad debía estar extendida entre el público asistente, que notoriamente, salvo excepciones, estaba en la linde de la jubilación o la había rebasado, lo que contrasta con la juvenalia que en esta misma plaza recibió a don Pablo Iglesias en su presentación de Podemos, seis años atrás.
La ministra de trabajo nos gusta a los viejos porque tiene maneras de gobernante antiguo, fiable, y su ejecutoria de gobierno se ha dirigido a restaurar derechos de los trabajadores perdidos en el tsunami neoliberal de este comienzo de siglo. Los viejos reconocemos y apreciamos lo que ha hecho, tanto más en una provincia fuertemente industrializada donde los más talludos evocamos el inmediato pasado aureolado de bienestar y esperanza, mientras el presente nos resulta ininteligible y por razones biológicas obvias no tenemos futuro.
Doña Díaz llegó ataviada de rutilante blanco, lo que, entre un paisanaje que no se permite ni una alegría cromática y deja el blanco para ocasiones solemnes, como los sanfermines, la identificaba de inmediato como la estrella del acto. La liturgia se inició con las intervenciones de cinco colaboradores locales, todas las cuales estuvieron marcadas por la demanda de más derechos sociales, para la infancia, para las mujeres, para los y las migrantes, para los y las jóvenes. ¿Qué otra cosa se puede hacer cuando tienes una ministra a mano que no sea pedirle algo como si ya fuera presidenta del gobierno con mayoría absoluta? Si doña Díaz había venido a escuchar, es lo que hay.
La, cómo llamarla, ¿candidata, lideresa, promotora, simplemente ministra? inició su discurso con las inevitables zalemas al auditorio. Tuvo la elegancia de citar como referencia regional a nuestro paisano el cineasta Montxo Armendáriz y no a los pimientos del piquillo y los cogollos de Tudela, como suele ser habitual. También estuvo fina al afirmar que en este paisito hacemos bien las cosas, obviando la siempre fastidiosa evidencia de que el régimen foral proporciona más recursos para que la cosa publica funcione mejor. Y llegados al meollo de la cuestión, reafirmó que tiene un proyecto, más allá del ruido y la furia que reinan en la política actual, y se dispone a conducirlo hasta el final, que no va a ser mañana mismo. Nada menos que un proyecto para el siglo XXI, lo que quizá hubiera necesitado un auditorio más joven para apreciarlo. La confección del proyecto está en manos de la gente y de unos equipos de trabajo de cuya existencia y función no dio detalles. Hay algo de misterioso y gaseoso en todo esto, y este cronista se preguntaba si el votante cansado que se menciona en el primer párrafo habría salido convencido por las palabras de la ministra.
Lo qué sí dijo es que no se puede hacer una política del pasado e ilustró este propósito con el manido ejemplo del tipo que trabaja en su casa de Pamplona para una multinacional en Australia. Insistió en la necesidad de una política de futuro al responder a las intervenciones del público que cerraron el acto y que, una vez más, fueron demandas, en este caso para mejorar las pensiones y legalizar la marihuana. En respuesta a esta intervención, la ministra confesó que nunca había fumado un porro, lo que es un auténtico mérito a estas alturas. ¿Quién sabe? Quizá Yolanda haga una política exenta de chiquilladas, y eso sería bueno, pero habremos de esperar a que termine de sumar y no sé si tenemos tanto tiempo. Eso sin contar con que aún tiene que cruzar los guantes con don Pablo Iglesias.