Cada vez que se mueve un guijarro en esta playa aparece debajo un nuevo mundo, complejo y barroco, como son todos los mundos. Se pide y se anhela la transparencia pero la realidad está acorazada y es laberíntica: la flecha no alcanza nunca el corazón de la diana y en el viaje incluso podemos dudar de la flecha misma. Esta sospecha sobre la eficacia de la verdad hace que muchas víctimas renuncien a pasar por tales para que no las conviertan en culpables; es una experiencia que las mujeres conocen bien. En el agosteño caso Rubiales hemos descubierto debajo de una agresión sexual que delata una rutina de abuso de poder un rocoso armazón institucional y discursivo de cuya existencia no teníamos noticia. ¿Sabemos qué es, quién lo compone y qué compete a un artefacto al que llaman con el acrónimo tad, que parece sacado de una serie de ciencia-ficción?
El mencionado tad es un tribunal de parte cuyo objetivo central y único es la defensa del tinglado del fútbol y ha resuelto que el comportamiento de don Rubiales es una conducta indecorosa pero no un abuso de autoridad. En resumen, una manera de rebajar la calificación de lo ocurrido y, lo que es más importante, un modo de ocluir cualquier posibilidad de evitar que el suceso se repita en circunstancias análogas. Indecoroso es lo que carece de decoro y decoro, a su vez, es honra, respeto que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad, circunspección, pureza, honestidad, recato, pundonor, estimación, etcétera, la retahíla de sinónimos que puede encontrarse en el diccionario rae es interminable, lo que indica que es un término que vale para un roto y para un descosido.. El sentido de la resolución del tad es que don Rubiales vulneró una convención social que, por lo demás, no está escrita en ninguna parte y de cuya vulneración fueron responsables, o pudieron serlo, el perpetrador y su víctima, como insiste don Rubiales, pues esta perdió el decoro al ser agredida. Al negar en la misma resolución del tad que el acto constituyera un abuso de poder, se elimina justamente la circunstancia que lo hizo posible. Todos los testimonios de mujeres, y son innumerables, que han sido víctimas de estas agresiones, ya sean verbales o factuales, coinciden en que se producen en una situación de dependencia –laboral, familiar, emocional- del abusador. Don Rubiales es, o era en ese momento, el jefe de la empresa en la que trabaja la jugadora y en esta circunstancia de euforia extrema y compartida, el boss era perfectamente consciente de las jerarquías que rigen la realidad y en consecuencia de a quién se puede o no robar un piquito. No lo intentó, por ejemplo, con la infanta doña Sofía, que estaba a su lado y no menos eufórica y diríamos que disponible a cualquier efusión de júbilo. Don Rubiales era tan consciente de esta circunstancia que en su deplorable discurso de autodefensa solo pidió disculpas por su comportamiento a la reina y a su hija mientras llamaba gilipollas al resto de la humanidad.
En el caso Rubiales se dirimen intereses privados y corporativos inextricablemente enzarzados, lo que hace que las instituciones llamadas a aclarar lo ocurrido y restaurar la verdad de los hechos lo hagan con reticencia y arrastrando los pies, tanto más si, como ocurre con el tad, emanan del mismo humus que produce a los rubiales y da cobertura a sus acciones, El interés privado más obvio es el del suspendido presidente de la federación de fútbol y su suculento puesto de setecientos mil euros al año más gajes, pero este interés no puede ser afectado sin que alcance a la tupida red de intereses clientelares que sostienen la estructura del tinglado. La prueba empírica de las consecuencias del seísmo es el tembloroso comportamiento de los dos seleccionadores nacionales, que primero aplaudieron y luego negaron a quien le deben el puesto en busca de una salida para su propia situación.
El fútbol, como la iglesia y los bancos, son entidades descomunales, que nos envuelven y dominan nuestras vidas, y operan fuera de cualquier jurisdicción democrática y ante las que solo podemos adoptar una actitud de desconfianza, a sabiendas de que cualquier iniciativa reformista que se adopte terminará por ir a su beneficio. Caray, este desmayado epílogo es típico de un viejo. El escribidor está perdiendo el oremus. Esperemos que sea solo efecto del calor de las semanas pasadas y la urgente lluvia que golpea los cristales de la ventana traiga algún remedio.