Garantizaremos por ley fue el latiguillo que don Sánchez utilizó ayer repetidamente para enfatizar su compromiso con la pródiga carta de promesas que vertió sobre las cabezas de los representantes del pueblo. La ley como objetivación del deseo es el arma de los gobernantes pero en estos tiempos proclives a la anarquía promovida desde arriba puede no significar gran cosa. Algunas leyes promulgadas y nacidas para dar naturaleza normativa a un anhelo se incumplen enfáticamente, como la de memoria histórica; otras, como la del solo el sí es sí, tienen efectos sorprendentemente inesperados y perversos, sin que acertemos a discernir cuáles han sido los positivos. Ley y deseo, aunque se formulen como programa de gobierno, son términos naturalmente antagónicos.
Don Pedro Sánchez y su correligionario y ancestro don Felipe González tienen en común que son hombres del poder: necesitan empuñar el boletín oficial para saber que son reales. Si no están en el vértice de la pirámide no sienten correr la sangre por sus venas. Don González, que por razones obvias de edad ya cree ser inmortal, teme que su vástago desbarate su obra y su memoria, pero lo que les distingue es la época que les ha tocado en suerte. Don González gobernó cuando la realidad era sólida y se daba una relación unívoca entre el significante y el significado de las cosas; a don Sánchez le ha tocado una realidad gaseosa. Entonces no importaba que el gato fuera blanco o negro si cazaba ratones; ahora, no sabemos si el gato está vivo o muerto. Aún no ha conseguido la confirmación del parlamento para ser presidente del gobierno y las primeras especulaciones versan, no sobre el programa enunciado, sino sobre cuánto durará el gobierno mismo. Algunos de sus aliados circunstanciales –podemitas, puigdemontistas– ni siquiera han esperado a dar su voto afirmativo y ya han advertido que no serán socios leales del presidente con más baraca de la historia de la democracia. Discrepar de don Sánchez se ha convertido en un deporte unánime.
El nuevo presidente llega a la poltrona apoyado en todas las formas de malestar patrio -territoriales, sociales y culturales-, que son casi infinitas y cada una tiene un grupúsculo que la exhibe como bandera, y dar una solución armónica a todas va a requerir un algoritmo muy sofisticado, además de una dosis notable de audacia, lindante con la temeridad, con su pizquita de cinismo. Entretanto, le monde va de lui même. Una prueba de la impotencia del discurso político para definir y encauzar la realidad es la famosa amnistía, que amenazaba con convertirse en una bomba atómica y ha resultado una bomba de humo. Vivimos un tiempo de descrédito, que incluso afecta a la bomba atómica, el último artefacto que garantizó una realidad sólida, como se está viendo en la guerra de Ucrania. La amnistía, como las leyes mencionadas más arriba, se convertirá en un tópico de peso decreciente en la conversación pública y otros negocios ocuparán su lugar en el imaginario común mientras la ley propiamente dicha y sus efectos pasan por la trituradora del aparato judicial hasta su arribo a las remotas carpetas del tribunal constitucional, cuando ya sea pasto de historiadores y comentaristas memoriosos. Apuesten a que en un próximo futuro nos acordaremos menos de la amnistía a los indepes catalanes que del perfectamente audible exabrupto de doña Ayuso en la tribuna invitados a la sesión del congreso. Esta señora pesca los titulares al vuelo, como los osos de Alaska atrapan salmones en aguas turbulentas.
La derecha tiene un futuro más prometedor. Solo tiene que dejarse llevar por la inercia hacia su extremo natural para tener una oportunidad de gobierno. Doña Ayuso lo sabe y actúa en consecuencia mientras don Feijóo quiere hacernos creer que encarna otra alternativa, pero lo hace por pura vagancia o, si se quiere, ahorro de energía; es la clase de tipo acostumbrado a llegar al poder en alfombra mágica y entrar por la puerta de atrás. El caso es que esta deriva de los conservadores hacia el fascismo ha encontrado estos días algunos ejemplos sorprendentes, y no precisamente por la presencia de los squadristi madrileños enarbolando muñecas hinchables o rezando el rosario ante la sede del pesoe sino por el mensaje de apoyo que don Rajoy ha enviado al candidato anarcoliberal argentino don Javier Milei, el de la motosierra como programa de gobierno. Quién iba a imaginar que los retruécanos de casino de pueblo con que el registrador de la propiedad amenizaba su gobernanza tenían dientes de acero.