La sociedad civil de esta remota provincia subpirenaica ha convocado para mañana una manifestación en la capital con las demandas habituales en estas fechas: no a la amnistía, no a la autodeterminación y por la igualdad de todos los españoles, etcétera. Dejando de lado la contradicción de reclamar la igualdad en una provincia cuyo régimen económico y fiscal es privativo, y constituye el sueño de los indepes catalanes beneficiarios de la amnistía, vale la pena detenerse en algunos aspectos lingüísticos y políticos de la convocatoria y los convocantes.

El sintagma /sociedad-civil/ es enfático, acogedor y autocomplaciente porque connota que fuera de su perímetro solo reina el tribalismo y la barbarie –y don Sánchez, claro-, que nadie desea. Todos queremos pertenecer a una sociedad civilizada, en la que los lazos entre los grupos y los individuos sean cohesivos y estables, a la vez que universales para que podamos imponerlos a otros sin dudas ni remordimientos. Bueno, las cosas no están tan claras. El étimo latino societas alude a una pequeña comunidad humana, que convive en el mismo espacio y con idénticos intereses, y socius, el miembro de la societas, significa compañero, aliado, camarada, uno de los nuestros, en resumen. Si ampliamos el foco, el ancestro indoeuropeo de sociedad es seik, término del que también se derivan seguidor, secuaz y secta.

A su turno, civil también es un término excluyente, atractivo porque connota civilización, pero que en realidad procede del latín civilis, perteneciente a los ciudadanos, y de civitas, que no aludía en primer término al espacio urbano que es ahora su significado más común sino a la condición de ciudadanía romana. Era, pues, un término de derecho público, propio del patriciado. Los civis romanos eran una categoría política que se distinguía de otras presentes en el mismo espacio físico de la urbe: extranjeros, peregrinos o transeúntes, y esclavos. La raíz indoeuropea de civil es kei, que puede traducirse por echar raíces. De modo que vamos a asistir a una manifestación de apariencia impecablemente democrática (lo es en la forma) pero que encierra en el misterio de su título dosis masivas de exclusión, sectarismo, supremacismo y añoranza de un pasado autoritario. Para decirlo en la jerga actual: una manifestación voxiana.

La sociedad civil se quiere, cómo no, transversal (otra palabreja cuyo significado merecería un buen repaso) y acéfala, y quiere representar los sentimientos del buen pueblo en un momento de desconcierto y crisis del régimen de partidos por razón de los cambios económicos y sociales cuya realidad nadie discute. Por supuesto, tiene precedentes históricos. En Italia surgió en 1946 el fronto dell’uomo qualunque, un artefacto político fundado por el periodista Guglielmo Giannini, que tenía como propósito oponer una fuerza monárquica y populista al régimen de partidos republicanos surgido del reciente final de la guerra y de la derrota del fascismo mussoliniano. El frente del hombre cualquiera tuvo una vida efímera, apenas tres años, pero el mismo año de su fundación se creó también el neofascista movimiento social italiano, antecedente de los hermanos de Italia, el partido que ha llevado a la signora Meloni a la presidencia del gobierno. El primero de enero de 1948, un año después de estos acontecimientos, se promulgó la vigente constitución italiana que ha resistido hasta hoy, y no precisamente en aguas calmas. Las analogías entre aquella situación italiana y la que atraviesa España no son inmediatamente obvias, pero, como diría el otro, la historia no se repite pero a veces rima.