Empieza a ser frecuente que en una quedada de vejetes –antiguos camaradas de partido político o ex alumnos del colegio, digamos- uno o dos de ellos sean conversos al terraplanismo e intenten convencer a los demás sobre las amenazas de las vacunas  o sobre la carga de radiaciones mortíferas que despiden sobre nuestras cabezas las estelas de los aviones en vuelo. El choque cognitivo que producen estos conversos en quienes hemos permanecido a este lado de la razón es anonadador. ¿Cómo recuperas el hilo de la conversación con ellos? De nada vale derogar sus argumentos y creencias como propias de conspiranoicos porque son legión, y cuando una fe es adoptada por multitudes deja de ser propia de una secta y se convierte en una iglesia. Si un viejo ha abandonado la estructura raciocinante en la que fue educado y de la que se ha valido durante toda su vida para terminar aceptando doctrinas de cómic, ¿qué no harán los más jóvenes?

Diríase que cuatro décadas de neoliberalismo rampante no solo han dejado a los individuos al albur de sus propios recursos materiales, sean muchos, pocos o ninguno, sino también en manos de sus propias ocurrencias y fantasías. La anarquía discursiva es el correlato de la libertad de mercado. Si este es desregulado, ¿quién puede exigir que sean reglados los argumentos que intentan explicarlo? Era inevitable que esta implosión del consenso que debería regir el debate público se materializara en la política.

Los argentinos, y las argentinas, han confiado la presidencia de la república a un tipo que empuña una motosierra y al que cariñosamente sus compatriotas llaman El Loco. La motosierra deja de ser, a los ojos de los electores, un artefacto amenazador para mostrarse como un símbolo exultante, aunque su función sea unívoca: la destrucción. Los argentinos admiran la motosierra de don Milei con el mismo arrobo que las tricoteuses admiraban la cuchilla de la guillotina en la parisina plaza de la Concordia. Pero, ay, la revolución ha cambiado de sentido y ahora viene de arriba. El presidente electo ha prometido acabar con la casta, la cual incluye a políticos, sindicatos y periodistas, es decir, las instituciones mediadoras entre la gran propiedad dominante y la sociedad. Es la manera como don Milei y doña Ayuso entienden la libertad; el primero para que puedas vender tu riñón si no llegas a final de mes con tu salario y la segunda para que puedas tomar una cervecita en una terraza mientras los viejos mueren en las residencias por falta de atención médica durante la pandemia, cuya realidad niegan los terraplanistas. Por cierto, en las carreras públicas de la presidenta de Madrid y del presidente de Argentina hay otra intrigante coincidencia, relacionada con los perros, si bien tal vez sean leyendas en ambos casos, pero ¿quién está interesado en la verdad llegado a este punto? Doña Ayuso inició su andadura política como gestora de las redes sociales de un can llamado Pecas y don Milei se hace aconsejar por el ectoplasma de un mastín de su propiedad ya fallecido a través de cual le habla dios.

Pero si evitamos enredarnos en las anécdotas del pensamiento mágico, vemos que el Loco Milei está apoyado por el expresidente derechista Mauricio Macri, que le proveerá de personal para su equipo económico con el único fin, compartido por ambos, de mantener el control del gran capital sobre el país. Es una dinámica que se extiende por todo occidente: la derecha clásica se muestra impotente para reparar los desaguisados del mercado y se pone a la zaga de la ultraderecha, a la que, con la ayuda del buen pueblo en las elecciones, encarga la misión de restaurar la autoridad del dinero. Con un ciento cuarenta por ciento de inflación y un cuarenta por ciento de tasa de pobreza, Argentina es un estado en severa crisis. El presidente de la motosierra ha prometido reducirlo a la mínima expresión y convertir el país en una selva hobbesiana, y a este proyecto que él lidera le ha llamado avance de la libertad. Pero en las selvas rige una jerarquía y en lo alto de la cadena trófica están los leones, los únicos que pueden verse a sí mismos libres de miedos y servidumbres: melena desbocada y garras mecánicas, el retrato caricatura de don Javier Milei.