Buenos Aires. El candidato que se sirvió de una motosierra para ganar la atención y luego la adhesión del pueblo soberano toma hoy posesión del cargo de presidente de la república. El nuevo mandatario está en busca de una mística que justifique el apocalipsis que ha prometido a los argentinos y días atrás se acercó a la fe de Moisés, se encasquetó la kipá en el colodrillo y recibió la bendición de una rama mística del judaísmo cuyos gastos en la tierra son sufragados con aportaciones del clan Trump. Apenas unas semanas antes, el hombre de la motosierra había llamado imbécil a su paisano el papa de Roma del que añadió que era la representación del maligno en la tierra. El jesuita franciscano, muy en su papel, puso la otra mejilla: le envió un rosario bendecido y le invitó a oír su palabra. No sabemos en qué quedaron estos gestos evangélicos porque lo del rabino ocurrió después. En términos teológicos, puede decirse que el presidente de la motosierra interpretó para sí la cuestión con esta fórmula: Jehová, fuertote; Jesucristo, blandito.

No hay manera de gobernar el mundo occidental sin ayuda de dios, y más precisamente del dios del Libro, el viejo cabrón que vive en el desierto y que compartimos judíos, cristianos y musulmanes, porque las deidades que le precedieron cuando éramos bárbaros están completamente amortizadas a estos fines. La gobernación de las naciones modernas tiene un agujero negro en el hecho de que los gobiernos no pueden proveer a todo el pueblo de las promesas materiales y cívicas contenidas en la temeraria declaración universal de los derechos humanos. Alguien tiene que joderse y la única manera de justificar esta desigualdad entre la ciudadanía es alguna clase de discurso fuerte e inapelable, y a esta fin las religiones absolutistas vienen al pelo. Si tienes a dios de tu lado, todo te está permitido. Gott mit uns, se leía en las hebillas de los cinturones militares de los nazis; In God we trust, se leía en los dólares antes de que pasara a ser el lema nacional de los Estados Unidos. Hasta Stalin apreciaba la ayuda divina cuando abrió al pueblo las puertas de los templos del dios bizantino para frenar la invasión alemana; para no mencionar a Franco, que encomendó la domesticación del pueblo a una legión de obispos, curas y monjas.

En esta teomaquia, el dios de Moisés ha sido el patito feo durante dos mil años, abusado por sus hermanos y primos con cualquier pretexto, hasta ahora mismo en que Israel ejerce un evidente magnetismo en los poderes del mundo occidental y hay razones para que sea así. Es la Esparta que defiende a las distraídas Atenas de la amenaza de los nuevos persas. Una sociedad militarizada, convencida de su destino, implacable con sus enemigos, que nos vigila a todos y golpea sin piedad cuando lo considera necesario sin que esta fortaleza y resolución le impidan participar en el pijerío canoro de eurovisión.

Este renacimiento del dios del Sinaí se produce en un momento de crisis global, propenso a las soluciones totales, brutales, es decir, la clase de ocasiones en que la gente tiende a ver una zarza ardiendo sin consumirse, metáfora que puede leerse así: innumerables víctimas son necesarias para que la idea, el ente, la noción, la nación, lo que sea, renazca. El programa de la motosierra incluye, la liquidación de la sanidad y la educación públicas, la venta del sector público a los particulares que quieran y puedan comprarlo, el arrumbamiento de la moneda nacional a beneficio del dólar, la emancipación fiscal de los ricos, una administración pública esquelética, más policía y prohibición del aborto para reponer las víctimas de la hecatombe que se viene; en resumen, lo más parecido a cuarenta años vagando por el desierto o a quince días bajo las bombas en Gaza. Y con esta estimulante promesa, el hombre de la motosierra ha sido elevado a la poltrona presidencial por un generoso cincuenta y seis por ciento del voto de sus conciudadanos.

El giro del cristo compasivo al yahvé vengativo que representa don Javier Milei está en la onda de una asombrosa mutación detectable en todo occidente: los antisemitas de antaño devienen prosionistas hogaño. Los hijos y nietos políticos, e incluso biológicos, de quienes impulsaron, consintieron  y ejecutaron el Holocausto se sitúan ahora incondicionalmente al lado de Israel. Para poner el ejemplo más inane en la derecha mundial, ya sea extrema o mediopensionista, podemos ver cómo don Feijóo asiste impávido y complacido al bombardeo de Gaza como sus ancestros asistieron al bombardeo de Gernika. Esta extraña simbiosis de antisemitismo y prosionismo está explicada con claridad en el manifiesto político llamado declaración europea de independencia del que es autor Anders Breivik, el terrorista neonazi que en 2011 asesinó, disparo a disparo, a setenta y siete jóvenes socialistas que acampaban en la isla noruega de Utoya. Este Breivik reconoce que el problema judío ya no existe en Europa continental, una observación que ya hizo Adolf Eichmann a sus captores israelíes, mientras Israel nos defiende ahora de la inminente invasión musulmana. Lo mismo piensa, aunque no lo diga tan claramente, don Feijóo.

Quién iba a decirnos que un serial killer iba a ser nuestro intelectual de cabecera. Aunque quizá siempre ha sido así.