Tiempos revisionistas y de demolición del relato de la transición, la tregua amnésica que nos dimos después de una guerra civil y los siguientes cuarenta años de dictadura de los vencedores. Las revisiones vienen de la izquierda y de la derecha pero esta última tiene más munición argumental, aún inexplorada, porque ha descubierto que el franquismo no era tan malo como lo pintaban. Así que no hay día en que no surja algún producto cultural o ideológico que de alguna manera, explícita o indirecta, no evoque favorablemente la dictadura y su necesidad histórica. El último artefacto es la miniserie televisiva Matar al presidente, emitida con ocasión del rotundo quincuagésimo aniversario del asesinato del almirante Carrero Blanco, a la sazón presidente del gobierno y leal servidor de los intereses del dictador, con la pretensión de entretener a la audiencia con los presuntos misterios que envuelven su inesperado, aparatoso y trágico final.

Es una producción low cost en formato ikerjiménez. En un sombrío escenario presidido por una mesa en primer plano, comparecen sucesivamente ciertas personas presentadas como expertos y/o periodistas de investigación (de los que este espectador solo reconoce a la incombustible Pilar Urbano), los cuales emiten mensajes cortos –insinuaciones contrafácticas, informaciones parciales sin fuente reconocible, hechos sin comprobación, afirmaciones contradictorias y meras fantasías- y entre todos componen un discurso revisionista.

Los misterios son una construcción de la inteligencia aplicada a la industria del entretenimiento. El procedimiento es muy simple: se toma un hecho consabido y se envuelve con tantas conjeturas y suposiciones como sea posible. Es un trabajo arduo y poco gratificante, como intentar que un fósil respire. La información que proporciona un fósil es siempre circunstancial pero las circunstancias jamás constituyen por sí un misterio. Lo que no se sabía sigue inédito.

El misterio desvelado en este teatrillo es también consabido y dice así: el asesinato del que fuera mano derecha del caudillo fue inducido y técnicamente posible con la connivencia y el apoyo de Estados Unidos y por un sector del entorno del dictador propenso a abrir la puerta a lo que luego sería la democracia y a arrojar por la borda el legado de Franco que encarnaba el leal almirante. Los etarras que ejecutaron el atentado serían meras herramientas de estos poderes en la sombra. Las dos conjeturas son falsas, ni Estados Unidos quería desestabilizar España ni Carlos Arias Navarro, que sucedería a Carrero Blanco en el cargo, albergaba ninguna veleidad democrática. Pero el propósito de estas disquisiciones televisadas parece otro: Carrero, el olvidado ¿nuevo icono del integrismo nacionalista español?

Los hechos, después de aplicada la navaja de Ockham, son más sencillos e inteligibles. En aquella época, la banda terrorista eta estaba fuera del radar de los servicios secretos, que, por cierto, dirigía el almirante, lo que permitió a sus activistas andar por Madrid como pedro por su casa de la mano de un grupúsculo escindido del partido comunista partidario de la lucha armada para el derrocamiento del régimen y encabezado por Eva Forest, que fue la que puso a los etarras en la pista del almirante, la que escribió la apología del atentado (Operación ogro, de la que luego se haría una película) y a la que no se menciona en la serie. La sociedad española estaba anestesiada por cuarenta años de dictadura y el atentado fue impactante por el arrojo de los autores y la pirotecnia del resultado, y en este sentido despertó una notable satisfacción, resumida en la murga Voló, Carrero voló, que se oía en fiestas alcohólicas de juventud.

Sin duda, también sirvió para normalizar la sucesión de atentados con bomba que se registrarían en los años siguientes, los más debidos a los mismos autores que asesinaron a Carrero. El primero, en la cafetería Rolando de la calle Correo de Madrid, apenas nueve meses después, provocó trece muertos y más de medio centenar de heridos. El despiste policial sobre la autoría de eta, que tardó en asumir la responsabilidad de la salvajada, persistía en ese momento, lo que llevó al diario Informaciones a imputar a toda página la matanza a los comunistas. En aquella ocasión, Eva Forest fue detenida con algunos compañeros de viaje que nada habían tenido que ver con el atentado. Fue también la época en que se oyeron los primeros rugidos del llamado búnker, cuya sombra amenazadora planeó sobre la transición a la democracia. No fueron tiempos para la historia recreativa.