El excelentísimo don Emilio García-Page compadrea con sus homólogos del pepé en el común empeño de serrar las patas de la poltrona a don Sánchez a cuenta de la famosa amnistía. Don Page es el socialista bueno que está buscando con un candil la coalición reaccionaria, y él se deja querer guiñándoles el ojo y haciendo morisquetas. Su autoridad procede de un título que heredó de su antecesor don José Bono: es el único capitoste regional del pesoe elevado por una mayoría absoluta en la comunidad más extensa y despoblada de España. En esta circunstancia se puede imaginar que su insistencia en cuestionar al gobierno de su partido ha de interpretarse en clave interna para mantener el liderazgo ante un electorado que tiene motivos de agravio ante las regiones más ricas, léase Cataluña. Si este es el verdadero propósito, curiosamente, la inquina por la afrenta no se dirige a Madrid, que es una auténtica aspiradora de recursos de las dos Castillas. Pero también podría ocurrir que don Page se esté postulando para sustituir a don Sánchez. Cuesta asimilar que un barón regional, que por definición juega en la liga inferior, aspire al podio de la premier ¿pero no lo intenta doña Ayuso con don Feijóo, otro al que el salto a la primera división le ha sentado como un tiro? Por ende, está el precedente del maestro don Bono, que intentó el asalto y fracasó por los pelos ante don Zapatero. Entonces también don Bono desplegó una estrategia combinada de zalemas e insidias hacia el nuevo líder.
En su nuevo papel de tocador de narices, don Page se ha visto obligado a desplegar sus dotes argumentativas y en este lance ha introducido a bulto un neologismo que significa lo contrario de lo que cree el tribuno, pues ha dicho que su partido está en el extrarradio de la constitución, y queriendo decir que está en el límite, ha dicho que está fuera. Es un error disculpable en quien preside un territorio tan extenso y vacío que es imposible apreciar sus límites. Obligado a centrar el discurso y a no dar su brazo a torcer ni perder comba, don Page denuncia que no se puede relativizar el terrorismo. Y aquí hemos llegado al meollo de la cuestión pues justamente la relativización del terrorismo es la razón que ha llevado al gobierno a la apurada situación en que se encuentra haciendo unos alambicados cambios en la ley de amnistía para conseguir el objetivo que se pretende. Pero la relativización no es imputable al gobierno y a sus negociaciones con los puigdemonteses, sino a la judicatura y en concreto a un juez, resuelto como don Page hacerle la vida imposible al gobierno de la izquierda. Echemos un vistazo a esta amena historia.
El diccionario rae da una definición clara y escueta al término terrorismo: actuación criminal de bandas organizadas, que, reiteradamente y por lo común de modo indiscriminado, pretende crear alarma social con fines políticos. Esta nítida convención entre significantes y significados fue rebasada tras los atentados contra las torresgemelas de Nueva York, que convirtieron en terrorismo todos los espantos de la sociedad. Este estado de pánico untuoso e impalpable se llevó al código penal cuyo artículo 573 -reformado en marzo de 2015- nos avisa de que basta un juez empeñado para que cualquiera pueda ser acusado de terrorismo si se salta un semáforo en rojo y lleva un cortauñas en el bolsillo; que se lo pregunten a los acusados de las agresiones de Alsasua. En este marco legislativo y con una parte de la judicatura sublevada contra el gobierno y manifestándose bien togados contra una ley que aún no se aprobado ni siquiera debatido, un juez notorio ha decidido desempolvar una causa por terrorismo contra don Puigdemont, por un fallecido de infarto en el aeropuerto de Barcelona mientras tenía lugar una manifestación independentista en el exterior. El juez deberá probar que hay una relación causal directa entre la defunción del viajero y la manifestación, lo que ya fue descartado en una vista anterior, y que esta fue organizada para causar víctimas civiles o a riesgo deliberado de que las hubiera. Si lo consigue, el prusés, que no rompió ni un plato en sus dilatadas, engañosas e irritantes manifestaciones, se habrá convertido en una operación terrorista. Si a don Page no le funciona la táctica que ha puesto en marcha para mover la silla de don Sánchez siempre puede hacer oposiciones a la judicatura. Ahí también hay cancha.
Me parece que al “Cerdito Valiente” toledano le da igual la definición de terrorismo propuesta por el Diccionario de la RAE o por el artículo 573 de la Constitución; él tiene la suya: ”[…] el terrorismo es terrorismo, terrorismo significa tener intención de generar terror”. Con esta estupenda definición, los kilikis y los cabezudos de la procesión de las fiestas de la ilustre capital de esta remota provincia subpirenaica serían también terroristas, pues su intención es causar terror en niños inocentes. ¡Y vaya si lo causan! Y, además, desfilan en grupo y organizados (más o menos), como postula el título del correspondiente pasaje de la susodicha constitución.
Hola, Casandro. Gracias por el comentario pero no le des ideas al juez de marras. En tu ejemplo, el juez tendría que probar que hay una relación causal entre la defunción del abuelo que estaba ingresado por una insuficiencia cardíaca y el vergazo que el kiliki dio a su nieto en la calle el día anterior. En ese caso, al kiliki y a sus compañeros de comparsa se le iba a caer el pelo por el 573.