Sublevación campesina, un clásico de la historia europea desde el feudalismo. Los monstruos del campo mecanizado, que hace décadas que sustituyeron a la horca y la hoz, invaden las ciudades y singularmente Bruselas, cuyas instituciones comunitarias, gráciles, filamentosas, delicadamente liberales, parece que fueran a quebrarse bajo el peso de las intimidantes orugas de tractores y cosechadoras. Los guardias encargados de evitar los desórdenes callejeros, desenvainada la porra y alto el escudo, parecen diminutos y ridículos muñequitos frente a las ruedas de la maquinaria agrícola. Es verdad que los campesinos se manifiestan cada dos por tres, si llueve porque llueve, y si no porque no. Diríase que hay en el campo una añoranza por la ciudad y un consiguiente sentimiento de abandono sin redención posible, y los campesinos necesitan hacerse ver, atemorizar a los burgueses y comprometer a los gobernantes. Pero esta vez es distinto, quizá más grave.

El campo y la ciudad están inmersos en la misma incertidumbre, pero su percepción es distinta cuando no antagónica. Los efectos del clima se manifiestan en el campo pero resultan más evidentes en la ciudad, donde los neuróticos urbanitas consultan continuamente el parte meteorológico en la tele y en el móvil para decidirse a salir a la calle con o sin paraguas, y comentar luego las incidencias de tiempo en la oficina o en el súper donde constatan el alza disparada de los precios de frutas y verduras. En el campo, las cosas se ven de manera distinta, unas veces llueve y otras no, pero la culpa la tiene siempre el gobierno, que lo tiene abandonado. Así que el fantasma que recorre Europa tiene dos caras. La agenda verde y la transición ecológica son la bandera de la progresía urbana; los campesinos son más de Blut und Boden. Permítaseme el uso de esta consigna en su lengua original, ahora que en Alemania parece que vuelven las esencias y solo encuentran resistencia en las abuelas.

La extrema derecha jalea las protestas del campo porque ha encontrado en ellas el elemento cohesivo que le falta en la ciudad. Y en medio de este cruce de corrientes y del intenso oleaje producido por el cambio de época emerge un pecio del pasado, de cuando las protestas de los agricultores franceses se resolvían con el vuelco en la autopista de las cargas de verduras y frutas procedentes de España. Episodios nacionales que hoy nos parecen insignificantes y que vuelven como un juego de tulallevas entre políticos agobiados. La guerrita del tomate.

Doña Ségolène Royal es una preboste del socialismo francés, ex ministra y candidata fallida a la presidencia de la república, que ahora debe estar ocupada en algún cargo relacionado con las ensaladas, quizá participando en un reality de cocina, porque ha aportado su granito de arena al malestar campesino asegurando que los tomates españoles son incomibles. La clase política, y no solo la española, tiende a la banalidad porque es un terreno discursivo por el que deslizarse con menor riesgo. A las preguntas responden con bobadas. Don Sánchez ha recogido el guante y ha respondido a su correligionaria de confesión socialdemócrata que los tomates españoles son imbatibles, un adjetivo caro al presidente que ya lo utilizó antes  para referirse al chuletón. La prueba de la imbatibilidad está en que quien ingiere estos chuletones y tomates se vuelve imbatible él mismo, como don Sánchez, sin ir  más lejos. Además, como hacen los caballeros de la época anterior a doña Irene Montero, ha invitado a la señora Royal a un banquete de tomates, a lo que la invitada ha respondido llamándole guarro por no lavarse la más manos antes de servir la mesa. Al ágape familiar se ha sumado con su proverbial ingenio doña Gamarra que por fin ha encontrado en el tomate una causa común con el felón don Sánchez, lo que llamaríamos patriotismo de la buena mesa. Lástima, cuánto echamos en falta a aquel zampabollos que era, y seguirá siendo, esperemos, don Miguel Arias Cañete, capaz de desmentir cualquier acusación que hicieran a los productos de nuestra huerta por el procedimiento de engullir en público cuantas piezas hiciera falta del fruto afrentado. El ministro Planas ha respondido a doña Royal con un piscolabis en el ministerio pero no es lo mismo, a la iniciativa le falta el dramatismo agónico que imprimía don Arias Cañete a sus ingestas patrióticas.

Doña Royal y don Sánchez, dos socialdemócratas comen tomate bajo las ruedas de los tractores. Podría ser la letra del acompañamiento musical para una coreo en tiktok.