La política tiene un aura onírica que atrae a los poetas y gentes de letras, los cuales suelen desertar cuando el sueño embarranca en las marrullerías de la realidad. Eso ha hecho el cantante y poeta Lluis Lach, que abrazó la causa del prusés y ahora ha renunciado a su puesto en el llamado consell de la república catalana, cuya solemne presidencia ostenta don Puigdemont.
Antes de entrar en las vaporosas razones del poeta Llach para justificar su defección de la causa, deberíamos recordar que el catalanismo, como todos los sentimientos nacionalistas, tiene una vena mística. Los más viejos del lugar recordamos la figura enhiesta de mosén Lluis María Xirinacs, escolapio y seguidor de Gandhi, que realizó innumerables huelgas de hambre y plantones ante las cárceles de la dictadura franquista, en la que también estuvo preso, y a favor de los derechos de Cataluña, y militó más tarde en la izquierda nacionalista de la época, hasta que dejó la política a principios de los ochenta, cuando la mística catalanista derivó en el peix al cove (tres por ciento) del pujolato, para volver a la palestra en el dos mil con su habitual práctica de plantones silenciosos a favor de la independencia de los países catalanes. Mosén Xirinacs fue senador electo por Barcelona y mientras permaneció de pie y en silencio en su escaño, como un estilita en el desierto de la indiferencia, la plebe espectadora no salía de un asombro ligeramente divertido, pero cuando un onzedestembre de 2002 verbalizó sus ideas políticas en un discurso en el que hizo apología del terrorismo de eta y vino a comparar la situación de Cataluña y del País Vasco con la Argelia francesa, el misticismo devino disparate, y la sonrisa tornó en erizamiento del cabello.
Por fortuna, vivimos tiempos menos recios que los que le tocaron a mosén Xirinacs, aunque todo puede mejorarse, en cualquier sentido. Las razones del poeta Llach para dejar su sillón en el sanedrín del independentismo fetén, son vagas pero se entienden referidas al malestar que le produce que don Puigdemont esté mercadeando su amnistía con el gobierno de Espanya. El poeta ve peligrosa y comprometida la herramienta, así la llama, de los siete diputados en Madrid, y más cuando el inmarcesible líder y presidente de la república gaseosa se convierte en director de la negociación. El poeta no sabe qué decir sobre estas maniobras, pero no se siente cómodo. Desde luego, aplaude que los juntistas rechazaran la ley de amnistía pero teme que termine por aprobarse sin incluir hasta el último de los militantes, lo que sería el final, el abismo. Así que se va, que no quiere verlo. Pero ¿qué abandona exactamente el poeta?
Una novedad absoluta de esta época está en que si careces de existencia real puedes tenerla virtual y no es menos interesante, apasionante y en último extremo convincente. En el pasado, los fantasmas y ectoplasmas que flotaban en el aire eran el vestigio de los seres vivos, grávidos, sólidos, que se habían ido; ahora, los fantasmas preceden a los vivos, los suplantan y ni siquiera los necesitan para hacerse una reputación. La república catalana de cuyo consejo directivo ha abdicado el poeta es por ahora una web que ensalza al líder inmarcesible y reparte carnés de republicanos fetén. En ella se encuentra algo que podríamos llamar vida política, si bien en forma involuntariamente paródica, como corresponde a buena parte de los contenidos que circulan por la red, fruto de la espontaneidad de los usuarios.
Esta república virtual funciona como una república de carne y hueso y también prepara elecciones presidenciales, en la que si bien don Puigdemont es el candidato imbatible, tiene otros dos contendientes, cada uno con su programa para el futuro de la patria. Uno propone obtener de los organismos internacionales el reconocimiento del derecho a la autodeterminación y seguir luego el camino que ya hicieron los guineanos en los sesenta, los saharauis en los setenta y los palestinos en los ochenta. Ya se entiende que el gobierno que representa la república estará en el exilio, como corresponde, y a los indígenas que queden sobre el terreno les esperan décadas de amenidades sin fin. El otro candidato propone fundar el germen de la república catalana real en una localidad de Argelia (post francesa, se entiende), que en el pasado acogió cierta inmigración procedente de Menorca y en la que se habló el catalán hasta hace poco, y desde esta capital provisional extender la influencia política hasta conseguir el objetivo último. Cuesta creer que el poeta haya renunciado a este mundo de creatividad desbordante, aunque también se entiende que perciba los chalaneos de don Puigdemont indignos de este olimpo del pensamiento político.
Y, por último, una lagrimita por uno mismo. Lluis Lach y sus compañeros de la nova cançó fueron parte de la educación sentimental y política del viejo, a través de los cuales atisbó un mundo más libre y esperanzado, y aún hoy le emocionan L’estaca o Vinyes verdes. Ay.