Perfect days, la última película de Win Wenders, ha pasado por la cartelera con éxito de crítica y público, lo que quiera que eso signifique hoy en el cine. Independientemente de la calidad formal y narrativa de la película, los críticos y los espectadores del común ven en la historia y en el protagonista un reflejo de su soledad y ensimismamiento. Los cinéfilos son gente solitaria por naturaleza y los viejos, que forman la masa crítica del público que frecuenta las salas donde proyectan cinéma qualité, están solos sin remedio.

La película surgió de una invitación al cineasta alemán, que es un reconocido documentalista, para que produjera en Tokyo un documental sobre váteres públicos diseñados por arquitectos de vitola, y esta escenografía, en efecto, es la parte que llama la atención al espectador, al menos a este espectador. Una arquitectura exquisita dedicada a acoger los zurullos y orines de una sociedad anómica y transeúnte. La historia que se cuenta en la peli es la de un entregado limpiador de retretes, que mira a su alrededor con una sonrisa contenida y vacía de monje feliz en un Tokyo recoleto y plácido como el huerto de una cartuja, en la que el personaje vive en la celda de sus rutinas solipsistas, incapaz de establecer contacto emocional con las pocas personas que le rodean y que manifiestamente necesitan de él.

El cineasta Win Wenders, nacido en 1945, pertenece a la primera generación de creadores alemanes posteriores a la segunda guerra mundial y predicó desde sus primeras películas un cine de héroes elusivos y vagantes, que llevan sus paseos y observaciones por diversos países, como si quisieran alejarse de su Alemania natal. El reflejo de Wenders en literatura es Peter Handke (1942), con el que hizo al alimón una de sus primeras películas, El miedo del portero ante el penalti (1972), un título que es un manifiesto programático. Si el paseo interminable ha llevado a Wenders a un váter japonés, a Handke (Premio Nóbel en 2019) le llevó a defender la causa de Slobodan Milosevic, el dirigente serbio acusado de crímenes contra la humanidad en las guerras balcánicas de los años noventa.

Esta suerte de huida hacia el interior de uno mismo, característica de una generación de creadores alemanes, tiene su propia genealogía y quizá nos diga algo sobre la situación actual de Alemania. Quienes les precedieron en el tiempo compusieron un brillante ramillete de literatos, conocido como Gruppe 47 -en el que hay dos premios Nóbel: Heinrich Böll y Günter Grass-, que dedicaron sus esfuerzos a entender lo que le había ocurrido a su país durante el locura nazi y a rescatar la literatura alemana de las ruinas. A finales de los años sesenta, en el contexto de la revolución estudiantil, los activistas alemanes intentaron un ajuste de cuentas con su país que derivó en el terrorismo de la banda Baader-Meinhof, algunos de cuyos componentes más conspicuos eran estudiantes de literatura y escritores en ciernes. Si no nosotros, ¿quién? es el título de la interesante película de Andres Veiel que narra esta fallida y criminal deriva de las letras a las armas. Son los contemporáneos de los paseantes absortos de Wim Wenders y Peter Handke, y de los aventureros de pacotilla de Werner Herzog.

Después de la segunda guerra mundial, Alemania se vio forzada a encerrar bajo siete llaves sus pulsiones nacionalistas y la consigna patriótica de Blut und Boden (sangre y suelo) fue sustituida por el principio abstracto de patriotismo constitucional, del que es autor el filósofo Jürgen Habermas y que viene a fijar la ciudadanía alemana en el acatamiento a la ley democrática, sin peligrosas adherencias sentimentales. La política exterior alemana de postguerra, su posición en el mundo, se basó en su pujanza económica y tuvo dos referencias fijas: el apoyo incondicional al estado de Israel y, después de la unificación, una política amistosa y colaborativa con los países del este y singularmente con Rusia. La guerra de Ucrania ha dado al traste con esta segunda referencia y las masacres de Gaza devuelven al país a una época que no puede olvidar. El mismo Jürgen Habermas ha encabezado un enfático manifiesto de intelectuales alemanes en el que se posicionan a favor de Israel porque, dicen, cualquier objeción al respecto sería una prueba de antisemitismo, y concluyen en que a la luz de los crímenes nazis, la vida judía y el derecho a la existencia de Israel son elementos esenciales que se deben defender.

La publicidad del manifiesto de Jürgen Habermas ha coincidido en el tiempo con la exhibición de Perfect days de Wim Wenders en los cines. El desasosiego del primero contrasta con la placidez del segundo. Una vez más, Alemania se mueve y sorprende a sus mejores artistas, despistados. Ya ocurrió antes con el recordado y muy citado Stefan Zweig.