¿Dónde estabas el once de marzo de 2004? ¿Qué sentimientos te provocó el torrente de noticias del atentado? ¿Qué significado extrajiste de lo sucedido? ¿De qué modo y en qué medida aquel suceso alteró tu estado de ánimo y tu percepción de la realidad? Las preguntas se han ido acumulando en la cabeza del viejo al leer estos días las crónicas y análisis publicados con ocasión de vigésimo aniversario de los atentados simultáneos en cuatro trenes de la red de cercanías de Madrid, que dejaron 192 víctimas mortales y 1.758 heridos de 36 nacionalidades. De aquel suceso y de sus derivadas, el viejo conserva unos pocos recuerdos anecdóticos, inconexos y marginales, que ordenados cronológicamente alumbran un relato que bien podría ser común a una mayoría de la ciudadanía del país.
La nota de prensa. Las primeras sensaciones fueron de ansiedad y desconcierto a medida que oíamos las noticias de la radio en el gabinete de prensa del gobierno de la remota provincia subpirenaica donde el autor de estas líneas era funcionario. Pronto se impuso la cuestión de la autoría mucho antes de que se supiera la magnitud real de la tragedia y el candidato previsible e inevitable era la banda eta. Fue en este momento cuando las sensaciones viraron hacia la desconfianza y el desasosiego. Lo primero porque el atentado no parecía obra del terrorismo doméstico, que durante décadas de actividad nos había enseñado a reconocer su gramática criminal, aunque había precedentes de atentados masivos e indiscriminados, como Hipercor; lo segundo, porque, de haber sido eta, teníamos aznarato para los restos, y por lo que se supo luego el mismo dilema corroía a Aznar. La declaración de Arnaldo Otegi, a pesar de su contundencia, no despejaba la duda porque venía de parte. El gobierno regional tenía que emitir una nota de prensa y, ya fuera por instinto o porque recibió la consigna de la superioridad, lo hizo en sintonía con la versión impuesta por el gobierno de Aznar, que él mismo difundía personalmente a los directores de los medios de comunicación.
Leída hoy, la nota de prensa de este gobierno regional, redactada en un inquietante tono de furiosa ebriedad, es un disparate histórico y político, pero también un retrato nítido del estado mental de la derecha, que no solo condena a eta por un delito que no cometió sino que preanuncia explícitamente la utilización del terrorismo etarra como argumento político contra sus adversarios en el ámbito democrático, estrategia que aún está vigente y activa en el ¡que te vote Chapote!. En la nota de prensa se lee: “Para el Gobierno de Navarra, este día de inmenso dolor es el momento para pedir que se haga desaparecer a ETA utilizando todos los resortes que tiene un Estado de Derecho. El Gobierno de Navarra no se conforma con que ETA deje de matar, como declaran algunas voces tan sensibles a los derechos de los verdugos y tan distantes del dolor de los inocentes. El Gobierno de Navarra hará lo que esté en su mano para que ETA desaparezca de la escena política y de nuestras vidas. Los terroristas deben saber que vamos a por ellos. Y esto es así porque este Gobierno no hace equilibrios para mantener una equidistancia calculada entre los asesinos y los asesinados, sino que coloca a cada uno en su sitio.
En el último párrafo y como a desgana, la nota de prensa hace una concesión a los hechos y anuncia que, “Por otra parte, teniendo en cuenta el dolor que tiñe a España, el Gobierno de Navarra suspende, en señal de duelo, todos los actos oficiales programados para esta semana y ordena que durante tres días ondeen a media asta las banderas de los edificios oficiales de la Administración de la Comunidad Foral”.
Una pancarta solitaria en la manifestación. La manifestación cívica que se celebró en la tarde del día siguiente a los atentados fue masiva, silenciosa y fúnebre, como en el resto del país. Aunque es imaginable que muchos asistentes tenían ya formada una opinión sobre los hechos, nadie la exteriorizaba. No hubo consignas ni grupos. Las caras expresaban desolación y tristeza. Fue uno de esos rarísimos momentos en que sabes que estás en el lado bueno de la historia y te sientes fraterno y seguro en medio de tus conciudadanos anónimos. Esta suerte de sombría y muda solidaridad solo se vio alterada por un muchacho que, plantado en la acera al paso de los manifestantes, portaba un cartel con la afirmación Aznar, culpable. Impávido, inmóvil y silencioso, era como una aparición. Los manifestantes dedicaban una mirada al mensaje y seguían la marcha sin comentario alguno. Sin embargo, el muchacho y su pancarta eran una señal emergente de lo que ocurriría dos días después, en las elecciones del día 14. Una parte mayoritaria de la sociedad española interpretó los atentados de Atocha como una respuesta a la participación de España en la guerra de Irak; esta hipótesis ha sido desmentida después por el investigador Fernando Reinares, que sitúa los orígenes del proyecto asesino años antes, pero en aquel momento era una convicción extendida e irrefutable, y operó en las elecciones.
Los moritos. Ocurrió días o semanas después, en un taxi con la radio conectada a una de esas tertulias matutinas que difunden sus ocurrencias desde Madrid a toda España -probablemente, La Mañana de la Cope, que pilotaba Antonio Herrero-, en la que un tertuliano decía algo parecido a ¿quién se va a creer que unos moritos pueden planear una cosa así? Al viajero del taxi le costó un par de minutos comprender que el palique iba de los atentados del 11M pero no entendió el sentido de lo que hablaban, que no obstante le parecía idiota. Cuando llegó a su destino y dejó el taxi aún seguía sin encajar que aquellos comentarios delirantes eran una brizna del gigantesco bulo que amasaba la derecha sobre la autoría de los atentados, con el que sus terminales mediáticas y sus portavoces políticos intentarían zapar durante meses y meses el trabajo de los investigadores judiciales y la acción de jueces y fiscales, y llevando el desconsuelo a las familias de las víctimas.
La madre lapidada. El recuerdo data del quince de diciembre de 2004 y es la imagen de Pilar Manjón, madre de un joven asesinado en el atentado y presidenta de una de las asociaciones de víctimas. Un rostro devastado por el dolor que dirige a los diputados en el congreso un discurso sereno, reflexivo y conmovedor para recordar ante la clase política la dignidad de las víctimas, que, como se visto más arriba, ya habían sido preteridas desde la muy temprana nota de prensa del gobierno de esta provincia subpirenaica. En aquella intervención, Pilar Manjón dijo: “Pretenden someternos al discurso de la polarización, al discurso de ‘quien no está con nosotros está con ellos’, el discurso de ‘quien no nos defiende es un traidor’. No vamos a caer en tal despropósito. Ningún partido nos mueve. Ningún partido nos interesa más allá de las opciones privadas y personales de cada uno. Las víctimas no entendemos de posicionamientos políticos. Somos víctimas. Nada más. Y nada menos”. Estas palabras fueron desacreditadas de inmediato por los agentes del gran bulo y quien las pronunció fue objeto de un linchamiento personal sin precedentes, que duró años.
Una novela negra. El último capítulo de este recordatorio es tardío y banal. Data de principios de 2006 y es un libro avistado en la mesa de novedades de una librería. Parece una novela negra y tiene un título melodramático, A tumba abierta: el testigo clave del 11-M: ‘quiero contarlo todo antes de que me maten’, la clase de libro al que no hubiera prestado atención si no fuera por una circunstancia personal: uno de sus autores es Fernando Múgica, un periodista gráfico, ya fallecido, que fue director del periódico regional en el que este escribidor trabajó en los años noventa, antes de que él volviera a su puesto en el diario madrileño El Mundo, la caldera principal de la factoría del gran bulo del 11M. Fernando Múgica viajó mucho en su juventud y tenía un alto concepto de su vida aventurera. Los atentados de Atocha debieron despertar en él una visión del mundo que gusta a los aventureros, exagerada, atravesada de azares, peligros, secretos y conspiraciones, y, ya fuera por convicción o por afición, se internó en esta dimensión imaginaria. El resultado fue un libro, que antes había vertido en las páginas de su periódico, plagado de tergiversaciones y falsedades. Para él fue un viaje estéril y para la sociedad, una herencia tóxica.
P.S. La lectura de algunos materiales relacionados con el 11-M y leídos con posterioridad al redactado del comentario anterior han refrescado el recuerdo de un suceso del que había olvidado, no el hecho mismo, porque ocurrió en esta ciudad y fue muy impactante, sino la circunstancia de que fue fruto temprano y letal del gran bulo sobre el atentado que difundió el gobierno de Aznar. El comerciante Ángel Berrueta fue asesinado el día 13 de marzo por negarse a estampar en el escaparate de su establecimiento un cartel que afirmaba la culpabilidad de eta en el atentado. Las circunstancias y consecuencias de este hecho criminal son relatadas por la hija de la víctima, Aitziber Berrueta, en el libro Voces del 11-M. Víctimas de la mentira, de Víctor Sampedro Blanco.