Lo más asombroso de la trifulca parlamentaria que padecemos estos días a propósito (o con excusa de) la corrupción es que esta terminaría de inmediato si el presidente del gobierno fuera un tipo que pasa sus vacaciones estivales en el yate de un narcotraficante. Ni la prensa así llamada seria ni las flatulentas voces que colonizan las redes sociales dirían ni una palabra sobre el asunto: fin del debate. El envilecimiento que es capaz de inyectar la derecha en el debate público es inalcanzable para la izquierda, ni aun intentándolo. Y si lo intenta y eleva el tono de la réplica, salen los agrimensores de la salud pública para declarar su repulsión y repartirla por igual a derecha e izquierda.
Hay un par de principios que deben ser tenidos en cuenta en estas situaciones. Uno, la corrupción económica y el brutalismo verbal son aceptados por la derecha sociológica como parte de la normalidad política, pero en la izquierda producen desaliento y desafección, e incluso condena entre los finos liberales, con consecuencias electorales. El segundo principio a tener en cuenta es que, en cualquier circunstancia, la derecha percibe la pérdida de poder en las urnas como si le hubieran robado la cartera en el metro, y reacciona en consecuencia: primero, alertando al público con gritos de al ladrón, al ladrón; luego, poniendo una denuncia en el juzgado, preferiblemente cuando esté de guardia un juez amigo, y, por último, formando un somatén que vaya al domicilio del denunciado y lo linche en efigie, como advertencia de lo que le espera.
En mayor o menor medida, los tres presidentes socialistas, don González, don Zapatero y don Sánchez, han pasado por este calvario, valga el término ya que estamos en cuaresma, y a estas alturas el pesoe debería tener un protocolo, como se dice ahora, para responder a estas emergencias que ni siquiera son sorpresivas, y no parece que la improvisada estrategia de ponerse a la altura de las hienas sea lo más apropiado y eficiente para que la gacela salve la piel y el honor en estos trances. El modo gacela es típico de don Sánchez: pocas explicaciones, un salto olímpico en el último momento y, hop, salvada la situación, hasta la próxima. Los socialistas han definido su repentina estrategia de respuesta con un tópico también cuaresmal: no van a poner la otra mejilla, dicen, bien, pero la historia hay que contarla hasta el final, ya que estamos en las fechas: Jesús no fue crucificado por su manía de recibir otro bofetón sino porque tenía en su contra al establishment local: los prebostes de la comunidad, el gobernador romano y la clase media que mercadeaba en el templo. Si Jesús le hubiese respondido a Poncio Pilato, y tú más, no se habría salvado por eso (Lucas, 23,3). Por fortuna, un presidente del gobierno no es un reo sometido al juicio de la chusma y debería tener recursos discursivos y probatorios para salir de las emboscadas de las hienas sin imitar sus chillidos, tan semejantes a la risa humana.
El origen, o pretexto, de la bronca está en sendos casos de corrupción en los contendientes, un comportamiento congénito a la vida pública española, que los partidos no pueden o no quieren erradicar de sus filas y que se produce porque el beneficiario tiene cierta intimidad o complicidad con el poder político. Los partidos actúan como si no tuvieran información de estos hechos ni hacen nada por obtenerla, y si la tienen evitan utilizarla, y así los debates políticos e iniciativas parlamentarias (comisiones de investigación) se celebran a humo de pajas en un foro donde se dice lo que conviene sin otra voluntad que desacreditar al contrario.
Hasta aquí, el patrón es rutinario. La novedad de esta nueva era trumpista es triple: 1) por primera vez, el poder político ha amenazado al medio de comunicación que ha descubierto un caso de corrupción; 2) el poder político ha inventado un bulo siniestro para desacreditar a los periodistas, y 3) se han elevado las sospechas de corrupción, sin prueba alguna, a la esposa del presidente del gobierno con el único fin de minar su honor y dignidad. Las tres novedosas iniciativas han partido de la derecha política e institucional, que postula como candidato al tipo que veraneaba en el yate de un narcotraficante, lo que no obsta para lamentar que el presidente del gobierno haya entrado a ese trapo. Sin duda, estamos en un tiempo nuevo.