El peliculón del año está en cartelera. Godzilla y King Kong fundidos en una colosal amenaza oculta dentro de nuestro mundo. No hace falta que nos descubran el argumento porque encontramos sus huellas y ecos cada día al abrir el periódico. Godzilla es la aterradora criatura surgida de una explosión atómica. El furioso y vengativo Kong es el simio raptado por un puñado de predadores imperialistas en las profundidades de lo que hoy llamamos el Sur global para servir de espectáculo circense y hacer caja en la metrópoli alegre y confiada. Godzilla y King Kong. Guerra Nuclear e Inteligencia Artificial. Ambos monstruos acechan al sofisticado, distraído y atribulado sector del planeta que llamamos Europa, donde, como repiten los comentaristas políticos de estos días, resuenan tambores de guerra, otra expresión muy peliculera y en consecuencia muy eficaz para movilizar la imaginación, y el espanto. Antes de que el cielo caiga sobre nuestras cabezas sentimos el temblor de la tierra bajo los pies. En esas estamos.
Al este, el frente de la próxima y al parecer inminente guerra atómica. Ucrania, primero, y Moldavia o Estonia después, son escenarios donde los europeos no tienen fuerzas convencionales suficientes para resistir el embate del enemigo y habrán, habremos, de recurrir a la gran bomba. Boom. Y más allá, oculto en la jungla de la historia, Kong, no uno sino varios –China, India, África-, a la espera de que culmine la debacle para encaramarse en nuestros rascacielos y quedarse con nuestras chicas rubias.
Al sur, el otro frente de guerra, Gaza, donde el añejo imperialismo europeo (Israel participa en Eurovisión) repite lo que ha hecho siempre en sus colonias, sojuzgar y matar a los indígenas, ahora con el imprescindible recurso a la Inteligencia Artificial, que identifica los objetivos y dispara con un porcentaje de éxito estimado en entre veinte y un centenar de víctimas colaterales, civiles, por cada objetivo militar abatido. Lavender, que así se llama el artefacto, está programado para localizar los objetivos en su domicilio y ejecutarlos por la noche para alcanzarlos a todos juntos y no malgastar munición.
Guerra nuclear e Inteligencia Artificial. No debió ser casualidad que la oscarizada Oppenheimer fuera la película más premiada el año pasado porque ya contiene los dos elementos dramáticos y puede considerarse la precuela del hit de este año, no el que proyectan en el cine sino el que sirven los telediarios. Diríase que en la imaginación occidental hay verdaderas ganas de que Godzilla y King Kong se encuentren y celebren una cópula que reviente el mundo. El apocalipsis es el sucedáneo de la felicidad, y cuando esta se muestra esquiva, aquel se presenta deseable. Es muy llamativa la impotencia de la diplomacia y de los órganos e instrumentos de mediación internacional para frenar las guerras locales provocadas por intereses ajenos al derecho y al sentido común. Una década atrás, cuando este malestar prebélico era inimaginable, se publicó Sonámbulos, un libro absolutamente recomendable del historiador Christopher Clark, que ofrecía un relato hipnótico de los pasos que condujeron a la primera guerra mundial. El estupor de aquellas élites gobernantes ante la sucesión de acontecimientos que abocaban al desastre es atrozmente similar al que experimentamos ahora. Europa se destruyó a sí misma en dos ocasiones durante el siglo pasado y todo indica que no a va dejar que pase este sin intentarlo otra vez.
Mientras destilamos estas argumentaciones inevitablemente lacrimosas, los gobiernos europeos están haciendo balance de los recursos que tienen operativos para la guerra y hoy nos hemos enterado de que uno de los más obvios, en el que no habíamos reparado, es el ancho de vía de ferrocarril que no es el mismo en todos los países del subcontinente y dificultará el transporte de tropas y pertrechos al frente. Es un problema logístico de primera magnitud y habrá que ponerse a la tarea de resolverlo si queremos que los reclutas españoles de la nueva división azul (estrellada) lleguen a tiempo a la batalla de Tallín, de Terespol, de Leópolis o donde sea que esté el enemigo.