El 24 junio de 1914 un magnicidio preludió una guerra europea; un siglo después, el 15 de mayo de 2024, otro magnicidio, este en grado de tentativa, preludia unas elecciones europeas. Algo hemos avanzado, lo que no impide que haya saltado la alarma en las instituciones de gobierno en Europa. La primera guerra que se inició en el atentado de Sarajevo (Bosnia-Herzegovina) derivó en diez millones de muertos y veinte millones de heridos, a los que habría que añadir ochenta millones más de bajas en la secuela de segunda guerra mundial, esta ya extendida por la mayor parte del planeta. Desde los albores de la edad moderna hasta mediado el siglo pasado, es decir, durante más de cuatro siglos, Europa ha sido la principal productora mundial de violencia, tanto doméstica como hacia el exterior. Así que el susto provocado por los disparos en Handlova (Eslovaquia) es perfectamente comprensible: por ahora todo está en calma, pero también lo estuvo durante algunas semanas después de lo de Sarajevo, y no faltan augures de mucho predicamento que pronostican la catástrofe.
¿Quiénes son Gavrilo Princip y Juraj Cintula, autores, respectivamente, de los atentados de Sarajevo y de Handlova? Un par de don nadies (lobo solitario, se le llama a este último, no sin cierta precipitación porque los lobos son muy familiares y atacan en grupo) surgidos del núcleo radiactivo de Europa; ciudadanos de naciones inciertas y nacionalismos irredentos, insertos en estructuras políticas inabarcables y difusas, ya sea el imperio austrohúngaro o la unioneuropea, fácilmente percibidas como entidades opresivas y con gobiernos locales volanderos, oportunistas y, en más ocasiones que las deseables, corruptos.
Susto o muerte. Las elecciones europeas de junio son el exorcismo contra un conflicto, por ahora hipotético, que hundiría en la irrelevancia a los países que forman Europa y a Europa misma como conjunto. Hay una coincidencia universal en la importancia de estos comicios aunque es más difícil explicar por qué. El objetivo debería ser renovar el pacto de solidaridad europea, reforzar la cohesión social y dar un nuevo impulso al desarrollo económico. Pero en la agenda hay más desafíos que soluciones, más partidos y siglas que programas, más cantamañanas que líderes y más emociones que argumentos.
Los europeos deberíamos sacudirnos tres manías que solo habitan en nuestra imaginación, que somos superiores técnica y moralmente a las demás poblaciones del planeta, que nuestro terruño, por el hecho de ser en el que vivimos, es único e inmarcesible y que venimos de un pasado feliz, glorioso y adorable al que debemos retornar mediante un pliegue en el tiempo y en la historia. Por alguna razón que aún está insuficientemente explicada, estas manías típicamente reaccionarias están tomando cuerpo político, encuentran expresión en las urnas y entronizan a sus voceros en gobiernos y parlamentos.
Europa se derrotó definitivamente a sí misma en 1945, después de una larga procesión de acontecimientos autodestructivos en pos de la hegemonía de unos y de otros, que se remontan, como se ha sugerido más arriba, a cuatro siglos atrás. La derrota creó las condiciones de la recuperación: un alvéolo excepcional de paz a la sombra de la amenaza nuclear, activado por la necesidad de reconstrucción económica y social en un paisaje devastado. Esa burbuja histórica ha pinchado por efecto de una nueva amenaza de guerra y de una globalización económica y tecnológica vertiginosa que ha hincado sus colmillos en todas las sociedades, también en las europeas. En esta ocasión y por primera vez, ni la amenaza de guerra ni las exigencias perentorias de la globalización han tenido su origen en Europa, lo que no quiere decir que podamos darles la espalda. En este marco, el próximo 9 de junio iremos a votar por un futuro de perfiles difusos, con el optimismo de la voluntad y el miedo en el cuerpo.