Europa está enferma de un síndrome que ya novelizaron Dino Buzzati (El desierto de los tártaros, 1940) y J. M. Coetzee (Esperando a los bárbaros, 1980), dos novelas mayores del siglo pasado con el mismo protagonista: una fortaleza acechada por un ejército invisible, de rasgos difusos, sobre cuyo territorio la gente de la fortaleza había realizado incursiones punitivas y de saqueo en el pasado, en un tiempo casi olvidado. En la novela de Buzzati, el leitmotiv es la espera para librar la batalla definitiva contra los tártaros, que significará gloria y honores para los militares que defienden la plaza; la espera es interminable y el ataque no vendrá de los invisibles tártaros del desierto sino de otro reino perfectamente reconocible con el que la fortaleza había mantenido relaciones de coexistencia pacífica. Coetzee es más explícito: las tribus llamadas bárbaras existen y son atacadas desde la fortaleza, se hacen prisioneros y se les tortura, y se denigra y ejecuta a los que en la fortaleza quieren convivir con los bárbaros; por último, como en la novela de Buzzati, la pregonada invasión no se produce. Ambos son relatos de tono onírico, kafkiano, impregnados de miedo y vergüenza.

El argumento central de las elecciones europeas que se están celebrando es el miedo a la invasión de los bárbaros, instigado por quienes esperan ganar medallas en esta batalla imaginaria y por quienes predican la vuelta a un pasado en el que los países europeos eran dueños de los bárbaros y de sus tierras. El neofascismo europeo ha introducido la inmigración como preocupación prioritaria de la agenda política y las demás fuerzas en liza lo han aceptado de inmediato. Este belicismo sobrevenido significa una restricción de derechos, que empezarán por los inmigrantes y afectará a los nativos por aquello de que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos, a mí me lo hicisteis (Mateo, 25, 31-43). Veamos un par de ejemplos de estos días.

El canciller alemán herr Scholz, socialdemócrata, ha avanzado que su país podría deportar a refugiados de países atroces, como Siria o Afganistán, si cometieran crímenes o hicieran apología del terrorismo. La lógica indica que, si cometen estos delitos, sean juzgados y, en su caso, condenados por la justicia ordinaria porque los mismos delitos pueden ser cometidos por migrantes que han llegado a Europa en patera y en ese caso ¿habría que tirarlos al mar? Más vale a los socialdemócratas no dar ideas a los fachas. La declaración de herr Scholz es reactiva y alude al hombre que se lanzó armado con un cuchillo contra un chiringuito de propaganda islamófoba, en el contexto de la campaña a las elecciones europeas y apuñaló a un activista de extrema derecha, fundador de un movimiento llamado pax europa, y a un policía que intervino para frenar el ataque y no sobrevivió a las heridas. El agresor y homicida es un joven afgano de 25 años, refugiado en Alemania desde hace diez, casado y con dos hijos. Estos datos de contexto dan idea de la profundidad de las raíces del problema y la necesidad de hilar fino en las medidas para solucionarlo, más allá de la exigible aplicación de la ley penal. Si la motivación del agresor es religiosa, y no un arranque de rabiosa autodefensa, habida cuenta quién era su objetivo, no le importará ser deportado a Afganistán donde los gobernantes pueden adoptarlo como un héroe, publicidad incluida, ahora que el país de los talibanes ha sido acogido en la cumbre de aliados del presidente Putin en camino para una reordenación del mundo. A sentido contrario, ¿nos refuerza a los europeos traicionar los principios humanistas de acogida que están en nuestras leyes fundamentales?

Pero donde los socialdemócratas titubean, los fascistas actúan, rápido y claro. La signora Meloni ha presentado con gran pompa su solución para el presunto problema migratorio. La fórmula tiene un nombre de aroma empresarial y tecnocrático, externalización, y no es original porque ya la ha puesto en marcha el Reino Unido en Ruanda. El partner de la señora Meloni es Albania, un país donde más del sesenta por ciento de la población es musulmana, herencia del imperio otomano, y que en el primer tercio del pasado siglo Mussolini, el ancestro político de la signora Meloni, invadió como parte de su proyectado imperio romano; así que el negocio tiene un aire de enjuague en una familia burguesa en la que el dueño de la mansión convence al jardinero para que preste su casita a los visitantes indeseados. Albania aspira a formar parte de la unioneuropea con no menor afán y necesidad de la que tienen los migrantes que llegan en patera y la signora Meloni ha prometido al gobierno albanés que le echará una mano. Pero tendrá que hacer méritos.

La externalización albanesa se ha diseñado como un prototipo para convertirlo en la solución europea. Consiste en dos recintos con capacidad para tres mil personas a los que se trasladarán los migrantes rescatados en el mar para tomarles las medidas y, en su caso, deportarlos a sus países de origen o a donde sea, pero desde Albania. El interior del recinto estará a cargo de los funcionarios italianos encargados del papeleo pero la seguridad exterior, es decir, la seguridad en general, estará a cargo de la policía albanesa. ¿Un campo de tránsito? ¿Les suena de algo?