No han pasado ni setenta y dos horas de la batalla y ya crujen las cuadernas de la victoria. Después de la ebriedad proporcionada por las urnas, los vencedores –la mélangeon, como escriben algunos cronistas chistosos- abren los ojos y descubren que detestan a sus compañeros de empresa. ¿Cuándo se ha visto que socialistas y  comunistas sean amigos desde la creación de la tercera internacional en 1919? ¿Y quiénes son y de dónde salen esos que llaman ecologistas? Lo único claro que queda de la libertad conquistada son los espléndidos (¡con perdón!) senos de la mujer que la representa en el lienzo de Delacroix; por debajo de ese nivel todo es confusión y sansculottes, los seguidores más forofos de Mbappé, que ayer fue derrotado por la roja (otra victoria de don Sánchez) después de haber fallado él mismo un tiro a puerta cantado y cuyo posicionamiento político lo ha enemistado con la mitad del palco del Bernabéu donde será recibido en septiembre como ayer recibió a Cucurella la hinchada alemana. El fútbol tiene sus propios códigos que, como la política, también se basan en el estado de ánimo de la plebe.

Los vencidos en las urnas, a su turno, descubren que aún hay partido. Los neofascistas perdedores de madame Le Pen obtuvieron tres millones de votos más que el frentepopular ganador de monsieur Mélenchon. El sistema electoral francés, que impuso en 1958 el general De Gaulle cuando imitaba a Luis XIV, es carismático y está pensado para aglutinar mayorías que soporten a la casta dirigente identificada como la nación, lo que en esta circunstancia quiere decir que la victoria del enefepé de Mélenchon es un incidente remediable y el errene de Le Pen es un enemigo imaginario. El presidente de la república, en uso de las prerrogativas de monarca casi absoluto que le concede la constitución, ha decidido dejar las cosas como están hasta encontrar una solución al crucigrama, de modo que los inminentes juegos olímpicos, dirigidos al ensalzamiento de la república, se celebrarán en una situación en que la república propiamente de dicha está destartalada. No importa; ya sabemos desde la época romana que los asuntos públicos funcionan por sí mismos, sin necesidad de gobierno, si el buen pueblo está entretenido en el estadio.

Las urnas dejan una situación ingobernable. Es un hecho paradójico al que ya empezamos a acostumbrarnos y que, dicho en romance, significa que la democracia y sus vaivenes derivados de la voluntad popular es incompatible con una sociedad piramidal regida por el capitalismo. Para ocultar esta evidencia los ideólogos de la cosa han añadido a la sagrada palabra el adjetivo liberal. En nuestra remota juventud, los demócratas (pocos y en la clandestinidad) enseñaban que la democracia no tiene adjetivos que la condicionen o la limiten; en aquella época eran de curso legal la democracia orgánica para caracterizar a la dictadura franquista y la democracia popular, que identificaba los regímenes comunistas.  En los dos casos son adjetivos extemporáneos y abusivos; liberal, en cambio, es una redundancia, una especie de guante de seda que cubre las articulaciones de hierro del sistema. Si hay democracia es porque quienes viven en ella y aceptan sus reglas son liberales. ¿Qué identifica, pues, a un liberal en esta circunstancia? Los adjetivos que se aplican a la democracia tienen una función derogativa, dejan fuera de juego a un sector de la población e invalidan su voto. En este caso, los que quedan fuera son los lepenistas y los frentepopulistas, los más votados porque ambos cuentan con un amplio apoyo popular superior al de las otras siglas en juego.

Francia está en trance de volver a la casilla de salida del macronismo, justamente lo que la inmensa mayoría del censo quiso impedir el pasado domingo. La casta dizque centrista está en las mejores condiciones para conservar el poder; los lepenistas tienen dificultades para incorporarse a la conversación porque han sido expresamente excluidos, a menos que sea necesario recuperarlos in extremis, y los frentepopulistas van a ver rebajado su programa, que es tibiamente socialdemócrata, si quieren permanecer en el juego. Entretanto, Mbappé, desolado.