La discoteca es el templo de las sociedades post religiosas; el lugar de la nueva ecclesia donde se celebra la fe en el éxito y a donde acuden las gentes en busca de éxtasis y de una fraternidad promiscua, epidérmica y sudorosa. Lo adivinamos de inmediato cuando aparecieron  los primeros establecimientos proveedores de bebidas espirituosas y música rabiosa y enlatada, y las parroquias cristianas fueron vaciándose al tiempo que se llenaban las discos. Paganismo, dicen los más rancios, pero un paganismo característico e inédito, sin dioses porque los mismos fieles están endiosados, celebrándose a sí mismos, y sin tejido comunitario porque, acabada la celebración, cada uno vuelve a su cubil y si te he visto no me acuerdo.

La discoteca y el templo cristiano son lugares físicos y tienen el mismo problema espacial: no caben todos los que quieren entrar. El cristianismo primitivo, cuando esta religión iba como un tiro, que diría ahora un emprendedor, tiene un refrán para explicar este hecho –muchos son los llamados y pocos los elegidos– y prontamente se instituyó un rango de funcionario clerical para controlar la entrada al templo al que se llamó ostiario, que en latín significa portero pero al que una etimología alocada y a trompicones permite identificar como el que da hostias (u ostias) con la mano abierta a los indeseables que pugnan por entrar a la celebración sin tener derecho a ello. Ya tiene chiste que el mismo término que designa la oblea de pan que nos da la salvación sirva también para un puñetazo en la cara o una patada en los genitales, pero así está la cosa. Porteros de discoteca, en fin, un oficio, como el ostiario de la antigüedad, con mucho predicamento porque pone orden en el lugar donde la sociedad se celebra a sí misma. Tipos robustos y musculados al cargo de defender nuestra civilización y nuestros valores, y separar a la puerta del paraíso a los salvados, que entran, de los hundidos, que se quedan fuera.

Occidente es hoy una gigantesca discoteca  -narcisismo, aturdimiento, música estridente y rayas de farlopa- a la que quieren entrar un montón de feos y pobres, y los gestores del establecimiento se encuentran en la misma disyuntiva que los obispos de cuando entonces, divididos entre los principios que rigen el tinglado –fraternidad universal y puertas abiertas- y el hecho de que solo unos pocos pueden disfrutar de los beneficios materiales y morales que la misma doctrina predica. Occidente necesita porteros de discoteca. Las elecciones a la presidencia de Estados Unidos giran alrededor de dos cuestiones cuantitativas: cuán largo y alto debe ser el muro que flanquea el cauce del Río Bravo para que resulte disuasorio a los pedigüeños y cuántos millones de inmigrantes ya instalados más o menos en precario pueden ser devueltos por la fuerza a sus países de origen.

En Europa, la cosa es más compleja porque la discoteca tiene tantas puertas de entrada como países miembros de la melancólica union y se requiere un laborioso consenso para encontrar una solución común. Menos mal que ya están en el parlamento los neofascistas, que no solo han alertado sobre el problema sino que han conseguido situarlo a la cabeza de las prioridades políticas y, lo que es más asombroso, han dado con la solución. Quién le iba a decir a doña Meloni que su iniciativa de contratar a países limítrofes como porteros de la discoteca de Bruselas se convertiría en una fórmula apreciada por gente tan fina como el británico míster Starmer o la polieuropea frau Von der Leyen. Los neofascistas han pasado de ser una amenaza para Europa a convertirse en la solución frente a las invasiones bárbaras.

La fórmula Meloni consiste en acordar con un país extracomunitario la instalación de centros de retención o campos de concentración o como quiera llamarse para inmigrantes rescatados del mar hasta que el país arrendatario del servicio (Italia) decida qué hacer con ellos. Entretanto, el país arrendador (Albania) se ocupa de la vigilancia de los allí recluidos con la vaga promesa de que algún día será socio de la discoteca. Esta fórmula ha sido rechazada por los tribunales del Reino Unido cuando su gobierno intentó aplicarla en Ruanda y ha ocasionado protestas por su aplicación en Turquía donde también se ha convertido en tema electoral de primer orden.          

La próxima vez que le convoquen a las urnas, querido elector, si quiere hacer algo práctico y realista por el futuro de Europa, ya sabe, vote a vox o a su equivalente en cada país de la bandera estrellada.