El opusdei atraviesa algunos tropiezos de diverso carácter con el papa de Roma, por razones de estatus clerical y por los inevitables episodios de abusos sexuales, que parecen una marca genética en la clerecía del catolicismo romano. A estas pejigueras se ha sumado una nueva ofensiva intelectual por un libro del periodista británico Gareth Gore, lacónicamente titulado Opus, que aspira a ilustrar sobre la perfidia de la organización creada por el santo súbito de Barbastro.

Gareth Gore tiene muy creída la eficacia de su investigación y parece que haya descubierto las Indias, pero puede ponerse a la cola de la inabarcable bibliografía publicada con la intención de deconstruir el opus desde la ya remota obra de Jesús Ynfante, La prodigiosa aventura del Opus Dei. Génesis y desarrollo de la Santa Mafia, editada por Ruedo Ibérico (1970), que los progres en agraz leíamos en el armario a la luz de una linterna de pilas de petaca. El opusdei forma parte del sistema muscular del conservadurismo reaccionario español y hasta su precedente histórico, la asociación de propagandistas católicos (acedepé), profusamente aludida en el libro de Ynfante y por completo desconocida en la sociedad actual, vuelve a estar vivita y coleando en la política española.

Para resumir, la innovación teológica que introdujo el opus en el catolicismo tradicional es que para ir al cielo no es necesario que te asen los infieles en una parrilla ni que te fusilen los comunistas, aunque eso ayuda, basta con que hagas tu trabajo en el lugar que te asigna el poder y la clase social a la que perteneces sin preguntarte ni por la justicia de tu posición ni por los efectos de tus actos. Si eres rico, no es necesario que te deshagas de tu riqueza como parece desprenderse de una lectura literal del evangelio sino que imites a aquella marquesa que guardaba sus joyas en una caja de zapatos, según nos ilustró nuestro compañero de colegio Pablito Ozcoidi, hoy presbítero y escritor, en su misión de captación de jóvenes para la obra. Para alcanzar este objetivo de santidad se necesitan élites comprometidas, una organización militante, una estructura educativa y proselitista, cercanía al poder político y recursos económicos. En esta operación de conquista del mundo real ocupa un lugar destacado la universidad privada de esta remota provincia subpirenaica, donde han tenido lugar un par de acontecimientos sintomáticos que por su proximidad en el tiempo y su similitud en las formas cuesta creer que sean accidentes aislados.

El pasado mes de abril, unos estudiantes ¡de la facultad de Derecho! llamaron zorra a la presidenta del gobierno regional en una visita formal al parlamento y hace cuatro días el ministro de Interior, que participaba en un acto académico, fue acosado por un grupo de estudiantes que le dirigieron insultos de maricón y corrupto. No fueron protestas políticas –el debate político no es una característica de este centro de enseñanza superior- sino un linchamiento verbal, inspirado quizá por la consigna de que el que pueda hacer algo, que haga. Es como si el huevo de la serpiente hubiera eclosionado de manera brutal, zafia e inesperada.

Estos exabruptos disparados en la placidez de un campus caracterizado por el sosiego académico y la discreción social trajeron a la cabeza de este viejo el recuerdo de cierta escena cinematográfica en la que una familia de la alta burguesía industrial alemana de los años treinta celebra una cena de rigurosa etiqueta a la que uno de los vástagos asiste uniformado de miliciano de las SA, la guardia de asalto del régimen nazi de la época, camisa parda, correaje y botas de caña alta, lo que provoca el consiguiente yuyu entre los demás comensales, que advierten el anuncio del fin del viejo orden conservador colonizado por la barbarie. La película es La caída de los dioses (Luchino Visconti, 1969).