Los jubilados son muy peligrosos con una herramienta en la mano porque no solo pueden lastimarse los dedos si martillean un clavo sino que pueden tirar la pared si golpean en el punto equivocado, y en el colmo de los males, la pared puede caer sobre su cabeza y con ella el edificio entero. Estos riesgos no los tiene en cuenta el jubilado porque le queda poco de vida y, en sus ensoñaciones a la hora de la siesta, quiere morir como un héroe joven y no como un anciano decrépito. El vejete Joe Biden ha seguido durante su mandato una línea conservadora en política exterior: tolerante con los desmanes de Israel y cauteloso ante los desmanes de Rusia. Probablemente, ninguno de los dos le gustan pero el primero es un país amigo y el segundo un país al que no conviene tener como enemigo.

La decadencia, sea de un imperio o de su emperador, siempre es inquietante y amenazadora. Míster Biden, sumido en una severa crisis cognitiva, ha autorizado en el último suspiro de su presidencia el uso de misiles contra territorio ruso, una demanda ucraniana a la que se había negado desde el primer momento de la guerra y que los ucranianos han llevado a la práctica de inmediato. Y ha producido un estremecimiento planetario. Es la primera vez que se lee la palabra apocalipsis en la prensa europea seria y los reticentes europeos se vuelven trumpistas de golpe: que alguien pare esta guerra en veinticuatro horas, como prometió el genio de la cresta anaranjada.

Don Putin quiere pasar a la historia como un zar del rango de Iván el Terrible, Pedro el Grande o Stalin, lo que no sabemos es si estaría dispuesto a morir como Sansón arrastrando a los filisteos a un duelo con artefactos nucleares o si cautelosamente se conformaría con un acuerdo en Ucrania que no le obligue a bajarse de la peana y no emborrone su memoria entre la parroquia nacionalista que le apoya y que ya le ha reservado una hornacina en el iconostasio de alguna catedral petersburguesa. A su vez, los europeos hacen cálculos sobre la salida que debería tener esta guerra que no quieren y mayoritariamente se inclinan a la segunda opción. Nuclear, no gracias. De momento, España ya ha evacuado el epicentro del conflicto.

Sonámbulos es el afortunado título de un  libro debido al historiador Christopher Clark, que refiere los pasos que llevaron a los dirigentes de las potencias europeas a enfrentarse en la primera guerra multilateral (1914-1918), que dejó el continente lesionado para siempre (diez millones de muertos y veintiún millones de heridos). Por lo que venimos sabiendo de esta nueva reedición de la greña europea, el sonambulismo sigue vigente en el comportamiento de los gobiernos concernidos, todos flotando en sus propios sueños. Rusia quiere restaurar por la fuerza un imperio del pasado; Ucrania quiere construir un estado unitario e independiente atravesado por infinitas anfractuosidades políticas, culturales y religiosas; Estados Unidos quiere mantener una autoridad planetaria que ya no posee, y los países europeos reaccionan según les va la fiesta y al albur de las ocurrencias de sus dirigentes de turno, en la certeza compartida de que la unión europea es imposible por más jeribeques que hagan en Bruselas. En el mejor de los casos, se acerca una época de derechización de la sociedad y de militarización de los estados, una pesada resaca de la burbujeante globalización neoliberal; en el peor, una guerra sin precedentes que ganará el que más desprecio sienta por la vida humana.