No hay en la naturaleza ninguna comunidad de vida que no se rija por leyes y a través de un orden reconocible y aceptado por los individuos que la forman. En la especie humana esta comunidad normativa y funcional se traduce en el Estado, con mayúsculas, que a su vez es un desarrollo complejo de formas comunales más primitivas y pequeñas: la familia, el clan, la tribu, la horda, la aldea, etcétera. El Estado se basa en la legitimidad de una autoridad soberana y en la eficacia de la burocracia; ambos elementos están indisolublemente asociados. En la doctrina de la motosierra, de moda ahora en las sociedades occidentales, la burocracia es una carga inútil que ha purgarse para reducir, si no liquidar, el Estado percibido como un armatoste insoportable e innecesario.
La destrucción del Estado es un tópico muy repetido en las ideologías revolucionarias de la modernidad, pero en este caso no se hace en nombre de la libertad burguesa (1789), del proletariado (1917) o de la raza (1933), sino para abrir paso a los ricos e inteligentes, que son ricos porque son inteligentes o porque son inteligentes son ricos: una pequeña casta que ha abierto un agujero cuántico al que está abocada una humanidad presa de la confusión y el miedo. Por supuesto, esta épica es una patraña. Las revoluciones jamás han acabado con el Estado; al contrario, generalmente han derivado en uno más fuerte y opresivo, y esta vez no será distinto. Entretanto y mientras se avanza hacia el objetivo final, habremos de asistir a las correspondientes liturgias disruptivas.
La más reciente es como una escena medieval y ha acaecido en el salón del trono del nuevo emperador de Occidente. El emperador es un viejo encorvado en su sitial, que escucha con una especie de curiosidad cansada a su bufón de cámara, el cual gesticula y cuenta historias a su lado mientras atiende a un monito que reclama la atención del público. Lo que el bufón dice debería ser de interés pero el público no puede evitar distraerse en varios focos de atención, la cara de hastío del emperador, los gestos del bufón y sobre todo las impacientes evoluciones del monito. Televisión en estado puro. Los bufones tienen una consideración marginal en la historia pero algunos ascendieron a favoritos del rey y tuvieron gran influencia en la gobernación, y este parece el caso que nos ocupa.
El llamado Musk ha obtenido del emperador la licencia para asaltar las dependencias de la administración imperial en busca de funcionarios perezosos, desleales, corruptos y absentistas que, como es sabido desde tiempos inmemoriales, pueblan las covachuelas del servicio público, y dice que ha hecho descubrimientos inauditos. Los squadristi de Musk –jóvenes ingenieros henchidos de ardor guerrero- asaltan las dependencias públicas y encuentran a funcionarios junto a la máquina del café, otra limándose las uñas en su despacho, otro ausente porque ha ido al súper, en fin, y, para comprobar el grado de ineficiencia de esta gente, arramblan con los registros de sus funciones, lo que significa apropiarse de una ingente cantidad de procedimientos, estadillos de personal, fondos públicos, datos privados, y en último extremo suspender la legalidad en la que se basa el funcionamiento del Estado. La operación, realizada con característico brutalismo, tiene un efecto punitivo y amedrentador para los servidores públicos, y derogatorio para el público beneficiario de los servicios, que habrá de aprender a prescindir de ellos, sin que medie en el tránsito proceso regular alguno más allá de la orden ejecutiva del emperador.
¿Quiere decirse que el Estado será más eficiente y claro después de esta purga? No, en absoluto. El Estado deberá restaurar muchas de las funciones que ahora son desmanteladas, pero será en manos privadas. Las denuncias de ineficiencia y despilfarro públicos arman el falso argumento que justifica esta primera fase de la privatización. La retórica sigue siendo la del bien común. Para desmantelar la agencia para el desarrollo internacional (23.000 millones de dólares de presupuesto) los inquisidores han acusado a bastantes empleados de haber recibido sobornos.
El golpe de estado se hace ahora mediante un pelotazo, nombre que damos a las operaciones financieras que producen ingentes ganancias por una inversión mínima en un contexto de oportunidad y opinión favorable. El llamado hombre más rico del mundo dedicó 277 millones de dólares (0,07% de su fortuna) a donaciones para la campaña electoral del emperador. De inmediato, rentabilizó la inversión con la mera subida de sus valores en bolsa al día siguiente de la elección pero además se ganó un puesto de privilegio y altamente operativo a la vera del emperador, un matón verboso y envejecido que ha hecho su fortuna empresarial en sectores (especulación inmobiliaria y entretenimiento televisivo) muy alejados de la economía motriz del siglo XXI.
¿Cuánto tiempo durará la simbiosis entre el emperador y su pretoriano? La alianza podría verse dañada por su compartida afición por el exhibicionismo. Ambos parecen tomarse a la ligera intereses que afectan a la existencia de millones de personas aunque no hay que confiar en que este hecho vaya a tener algún efecto en un plazo previsible; a la postre, los dos han llegado a donde están por la voluntad del pueblo, ya sea en las urnas o en el supermercado de la comunicación. Son campos distintos pero concurrentes y tan extensos que dificultan una colisión de intereses. En fin, las apuestas están abiertas.
El asentamiento del fascismo en el estado americano que estamos contemplando frente a la tele, y cabeza abajo mirando a los móviles, viene de lejos y es previo a Trump tal como relata estupendamente el libro Cómo mueren las democracias. El ensayo es desolador, y da cuenta de las escasas herramientas que va a tener la arquitectura constitucional y legal americana para contrarrestarlo. Resulta que allí el sistema se funda en una serie de convenciones y prácticas no escritas, no reglamentadas que se presuponía, todo operador iba a respetar. Pero WTF, los republicanos y algún demócrata llevan años ensayando escaramuzas en ámbitos menores, estatales, locales, que pueden ayudar a que la obra final tenga éxito. Si la reacción al fascismo de las democracias europeas ha sido la reglamentación, las constituciones prolijas y un sistema de normas aparatoso, el bloque de constitucionalidad, allí se van a tener que arreglar con los Jueces y su trabajo creativo al servicio de la democracia, un lawfare a la inversa, para impedir que el presidente se convierta en emperador.
Hola, gracias por tu comentario, que es esperanzador. Pero no sé si la mera labor de los jueces puede detener la marea autoritaria. Uno de los rasgos de estas derivas es que dejan de funcionar los “checks and balances” en los que se basa la democracia americana. De hecho, Trump representa una reformulación de lo que significa la palabra democracia en Occidente. En una entrevista al alimón en la cadena Fox del presidente electo y su amigo y edecán Elon Musk, este ha dicho que “si la voluntad del presidente no se implementa, no vivimos en una democracia”. Algo parecido dijo el vicepresidente Vance cuando acusó a los líderes europeos de socavar la democracia y la libertad de expresión porque “tienen miedo a los votantes” en referencia a las acciones para frenar el acceso de la extrema derecha al poder. Esa comunión mística entre el líder y la “voluntad popular” lo llamaban en la Alemania nazi Führerprinzip. Un saludo.