Fiacro Iraizoz fue un prolífico escritor pamplonés de principios del siglo pasado, vertido hacia el género chico en el teatro, que ha dejado una sola obra memorable, al menos para los ya no cumpliremos sesenta, un poemilla ramplón titulado Los gigantes de Pamplona, dedicado a los muñecotes de cartón de la comparsa municipal. Yo lo escuché de niño en la recitación de mi abuelo Benjamín y, si no me engaño, fue mi primer contacto con eso que luego hemos llamando poesía. Empieza así, con garbo y solemnidad de marcha triunfal: ¿Oyes las notas vibrantes/ de esa gaita tan chillona?/ Pues espera unos instantes,/ que vas a ver los gigantes…,/ los gigantes de Pamplona. Las figuras de cartón y el poemilla que las ensalza han asaltado mi deteriorada conciencia mientras divagaba sobre lo que están haciendo estos días nuestros políticos. Una danza rudimentaria y estática en la que giran sobre sí mismos y se cruzan unos con otros sin mirarse ni hablar entre ellos para terminar todos alineados en las posiciones de partida de acuerdo con un protocolo preestablecido cuando la dulzaina concluye la murga. Y vuelta a empezar en la siguiente ronda. El poeta Iraizoz quiso que sus lectores comprendieran la razón de este comportamiento mostrenco y se mostró didáctico: ¡Es un rey! ¡Y qué elegante!/ ¡Cuánto adorno! ¡Cuánto fleco!…/ ¿Ves qué serio y qué arrogante?/ Pues bien, por fuera es “gigante”,/ ¡pero por dentro… está hueco!/. E insistía en la estrofa siguiente, premonitoria: ¡Hoy es pronto todavía!/ ¡Tal vez te acuerdes un día/ del gigantón de Pamplona,/ al ver bajo una corona/ una cabeza vacía/. Ahora sé que este sesgo anarquizante y pedagógico era el que empujaba a mi abuelo a leerme el poema. La comparsa de gigantes y cabezudos es una institución entrañable en mi ciudad, data de 1860 y es más antigua que el monumento a los fueros, el cual nos recuerda las ventajas fiscales que disfrutamos los censados en este territorio. Los gigantes son un grupo multirracial de cuatro parejas de reyes y reinas que representan a los cuatro continentes (no contaron con Australia) y junto con la legión de monjas y curas exportados como misioneros a todos los rincones del mundo, constituyen la aportación avant la lettre de esta provincia a la globalización. Creo que he perdido el hilo del discurso y estoy en un callejón sin salida. Vuelvo sobre mis pasos y topo de nuevo con la comparsa de gigantes. Esta vez, la hierática pareja de reyes tiene las caras de Mariano Rajoy y Ana Pastor. Quizás tenga que hacérmelo mirar. Pero, hasta donde sé, el provincianismo no se cura.
(A Andoni Iribarren, vecino muy querido, que durante cuatro décadas sostuvo sobre sus hombros y bailó con sus pies a los gigantes huecos de Pamplona. In memoriam)