Soy calvo y la coquetería me impulsa a llevar el cráneo afeitado como un limón, así que no puedo decir, literalmente, que Rajoy me esté tomando el pelo; de hecho, no puedo decirlo ni siquiera en sentido figurado. Rajoy es un político al que yo quisiera ver fuera de la poltrona de la presidencia del gobierno, un deseo o expectativa que, si he de fiarme de los resultados electorales, comparto con el setenta por ciento de la ciudadanía que se tomó la molestia de acercarse a la urna correspondiente en diciembre y en junio pasados. El misterio radica en por qué, siendo esta voluntad de la soberanía popular tan manifiesta, estamos abocados al dilema de Rajoy o la catástrofe. ¿Qué es exactamente lo que no funciona en nuestra democracia para que un tipo que tiene menos de un tercio de los votos aspire a gobernar como si tuviera mayoría absoluta?, ¿qué clase de perversión anida en el sistema para que la única esperanza de normalización (sic) resida en que alguien, Sánchez con preferencia, que solo tiene el veinte por ciento de los votos, dé su brazo a torcer?, ¿qué suerte de flaqueza mental aqueja a quienes apoyan esta opción, muchos de los cuales son correligionarios de Sánchez?, ¿que especie de delirio se ha alojado en la cabeza de Rajoy, un político dizque democrático, para que crea que puede comportarse con el desdén de un rey absoluto hacia quienes le tienden una mano aliada?, ¿por qué un país, que hasta ayer se ufanaba de estar gobernado por una constitución democrática modélica, está pasmado y atrapado en los ignotos cálculos, previsiones y volutos (neologismo que acabo de inventarme y que podría significar intención retorcida) de un personaje hermético y soberbio como un dictador del siglo pasado?, ¿puede calificarse blandamente su actitud como una tomadura de pelo, como escriben hoy los comentaristas a raíz del desplante dado a las exigencias de Rivera y compañía? La calificación de tomadura de pelo rebaja la realidad a términos colegiales y pandilleros, un modo condescendiente de nombrar el asfixiante mamoneo en que se ha convertido la política española, una manera inocua de describir que el dinosaurio que preside el partido más corrupto de la historia manipula, se burla y chantajea a la cuadrilla de políticos juveniles más inexperta, narcisista, sectaria y entontecida también de la historia, eso sí, los tres con abundante melenita para que pueda ser enredada y manoseada cariñosamente.