El amigo Iacopus describe el debate de doña Arrimadas y doña Rovira, entre las que por ahora se dirime la futura presidencia de Cataluña, como una partida de pimpón, en el que las contendientes están ajenas a las expectativas y necesidades del público. Tan absortas en la trayectoria de la bola que no consideraron necesario memorizar la cifra de desempleo de la sociedad que aspiran a presidir. Por supuesto, si no lo saben, mal pueden corregirlo, pero eso no es importante. Ya empezamos a saber que el bienestar o malestar que nos depara nuestra circunstancia no depende de nuestros políticos sino de la prima de riesgo, la sequía y los hackers rusos, entre otros imponderables fuera del alcance de lo que puedan hacer los electos en las urnas, que están a otra cosa. Ni siquiera se trata de construir un relato, como se dice ahora. Lo que se ofrece es el entrecortado rebote de ocurrencias sobre las superficies planas de las paletas y la mesa y lo que se mide son las cualidades de los jugadores -jugadoras en este caso- para el saque y el resto. Al final, cada quisque juzga ganadora a quien más le place, y a otra cosa. Las elecciones se han convertido en un hecho intransitivo, y la campaña, que empieza hoy, en un coñazo. Hablemos, pues, de pimpón.
Doña Arrimadas es una jugadora vehemente, segura, desenvuelta, sobrada de ambición ganadora, que goza de la confianza de su mentor don Rivera y cree tener el viento de popa y las expectativas de su parroquia a flor de piel. En esa cancha binaria de constitucionalistas vs. independentistas va de largo en cabeza de su escuadra. Es un animal político tan obvio que da pereza glosar sus cualidades. Doña Rovira, por contra, con sus gafitas de pasta y su expresión seriecita, parece que pugna en su interior por controlar una explosiva mezcla de emotividad y fanatismo que puede hacerla temible. El poder que ostenta es delegado, debido sin duda a su fidelidad de hierro a la causa y a su dedicación a tareas de organización y logística durante el prusés, pero en primera fila ante el adversario, se la ve falta de recursos retóricos y deja que se note su zozobra. Por ende, tiene que pastorear el rebaño mayor del redil soberanista, revuelto y confuso, cuyas expectativas están pendientes de que su jefe de filas siga o no en la cárcel, y por ahora seguirá. Estamos ante el mundo como voluntad y representación, en el que doña Arrimadas representa lo primero y doña Rovira lo segundo. Lo que ambas tienen en común es su completa ignorancia de la magnitud del desempleo y quién sabe de cuántas otras magnitudes que moldean la existencia de los llamados a votarlas.
Vamos a unas elecciones novelescas, en las que uno de los potenciales ganadores está entre rejas, e independientemente de la justicia de esta circunstancia y de la veracidad de los delitos que se le imputan, es irrefutable que es uno de los que han conducido a Cataluña a la peor situación que se recuerda desde hace cuatro décadas. Es lo que don Rajoy llama unas elecciones en condiciones de normalidad, en las que su candidato renquea en un lejano último lugar de los sondeos.