La irrupción de la extrema derecha en los parlamentos y gobiernos europeos ya está dando frutos. El nuevo gobierno derechista de Viena ha provocado un incidente diplomático con Italia a cuenta de la oferta de pasaporte austriaco a los habitantes germanoparlantes de la región italiana de Trentino-Alto Adigio, también conocida como Tirol del Sur, una de las veinte regiones que conforman la república italiana. Ninguna parte del mundo más apropiada para enredar con etnias, lenguas y nacionalismos varios como el centro de Europa. Un volcán dormido, que deja a la altura de parque infantil esta agitada nación de naciones en la que pasamos los días. La región del Alto Adigio está en la parte superior de la tabla de indicadores de la unión europea: un paisaje bucólico, una amplia autonomía política, una economía próspera y un buen nivel de vida. El alemán es lengua oficial y sus hablantes tienen, claro está, iguales derechos que sus convecinos italianos. Pero, como en todas partes, no faltan razones para calentarse la cabeza: la región perteneció al Imperio Austro-Húngaro (un nombre que le hacía mucha gracia a Berlanga y que, si se fijan, aparece en todas sus películas), tenía una mayoría de población de habla alemana y fue frente de guerra contra los italianos en la primera guerra mundial; vencieron estos, el imperio vienés fue desguazado y la región quedó anexionada a Italia. Desde los años veinte hasta el final de la segunda guerra mundial, es decir, durante el periodo floreal del fascismo, hubo tensiones nacionalistas de uno y otro lado y el correspondiente vaivén de poblaciones hasta que, terminada la segunda guerra mundial, de nuevo con la derrota de Alemania y Austria, esta última firmó un acuerdo con Italia que consagró el estatus actual de la región y de sus poblaciones. Desde entonces, ha habido paz social y prosperidad económica. Hasta ahora.
La impotencia de la unión europea para encontrar una salida a la crisis económica y sus consecuentes efectos en la sociedad, viene derivando en respuestas locales en clave nacionalista. La acumulación de capital tiene su correlato en la acumulación identitaria de las sociedades -en mayor medida las más ricas-, apoyadas en legendarios argumentos históricos o en insolidarias fábulas económicas. A la anomia del mercado liberal, cuyo epítome es la volatilidad de empresas y capitales, las sociedades dan respuestas comunitaristas, atornilladas al suelo. La izquierda está desvencijada y ausente, así que la iniciativa queda en manos de la derecha, ya sea en el Alto Adigio o en Cataluña. La lucha de clases que, según el manual, debía provocar la crisis del capitalismo que se desató hace una década se ha convertido en lucha de nacionalismos, los del estado contra los de las regiones, mientras el capital engorda como un cebón. El conflicto no brota de la calle ni del pueblo peatonal sino que se activa desde los gobiernos, que padecen una crónica crisis fiscal, y es manejado y modulado por las elites; el ejemplo más abultado y clamoroso de este estado de cosas es por ahora el Brexit. El gobierno italiano de centro-izquierda ha querido rebajar la importancia de la provocación del pasaporte austriaco, pero las huestes de don Berlusconi han detectado de inmediato la oportunidad de sacar pecho y atacar al ejecutivo de Roma por falta de patriotismo (¿les suena la dialéctica ciudadanos-pepé en el caso catalán?), y les ha faltado tiempo para recordar los miles de millones que el estado italiano gasta para satisfacer a la minoría germanófona. No sabemos si en la constitución italiana tienen un ciento cincuenta y cinco, pero algo encontrarán, solo que en esta parte del mundo la coacción federal, como dicen aquí los cursis, suele derivar en guerras mundiales. En alemán, el canto a la tirolesa se llama jodein, casi igual que en español: jodiéndonos unos a otros.