Davos. La montaña mágica donde una vez al año por estas fechas se reúnen los druidas para poner a punto conjuros y pociones, y celebrar lo bien que viven, tan cerca del cielo. Un concilio sobre la salud del dinero. Una perorata interminable y circular segmentada en cuatrocientas conferencias a las que asiste la flor y nata del contubernio de los poderes  económicos y políticos del planeta. En uno de estos encuentros, dedicado precisamente a la cohesión social, nuestro admirado ministro de exteriores don Dastis ha sufrido una lipotimia. Al parecer, su sistema nervioso no ha podido soportar la radiactividad del asunto a debate. Mencionar la cohesión social al ministro de un país que se deshace social y territorialmente es como mentar la soga en casa del ahorcado. Por lo demás, no parece que el percance haya sido serio, gracias a dios; le han aflojado la corbata y desabotonado la camisa a la altura de la tráquea y el ministro ha recuperado la color y el pulso, y ha vuelto a la tarea. Podemos imaginar el riesgo para la salud que hubiera significado, por ejemplo, para el ministro del interior don Zoido de haber participado este en otra actividad recreativa programada en el foro: compartir durante cuarenta y cinco minutos la experiencia de los refugiados sirios, el miedo, el hambre, la incertidumbre, la indefensión, el desgarro familiar, buf, no queremos ni pensarlo. Es un deporte extremo, al que solo se apuntan los más machotes llevados por un momentáneo arranque de curiosidad y para comprobar que no es para tanto.

La lipotimia del ministro es, que se sepa, el único efecto físico, real, mensurable, que ha producido el foro de Davos desde que se puso en marcha el tinglado hace veintisiete años. Nunca, jamás, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia se recuerda que este encuentro haya producido nada aplicable a las condiciones objetivas de la vida de los terrícolas, ni un documento, ni una resolución, ni un acuerdo, ni la menor modificación del statu quo en ningún sentido. Es tal la vacuidad del cónclave que hasta participa nuestro bienamado rey don Felipe en su calidad de ¿qué? No es político, no es economista, no es experto en ninguna de las materias que preocupan a los ricos (ni a los pobres), ni siquiera es un refugiado sirio. El catedrático de derecho constitucional Javier Pérez Royo se muestra indignado por la presencia real en Davos. En la lógica jurídica del profesor, el rey carece de legitimación para ejercer una función que corresponde al jefe del gobierno, que, al contrario que el rey hereditario, está legitimado democráticamente por las urnas. Y se hace unas cuantas preguntas retóricas: ¿Cómo es posible que a un presidente del Gobierno que se ha presentado como defensor de la ‘soberanía nacional’ en estos últimos años, permita que alguien que ni es ni puede ser portador de dicha ‘soberanía nacional’ hable en un foro internacional como si lo fuera? ¿O es que Mariano Rajoy considera que  el rey es el portador de dicha soberanía o que no está sometido a la Constitución? El argumento es impecable pero obvia un rasgo clave de la situación. Lo que ha hecho don Rajoy en este caso es lo que hace siempre: poner a currar a otro en la tarea que le corresponde a él, y es el otro, el fiscal, el juez del supremo, el tesorero del partido, la vicepresidenta, el ministro de turno o el mismísimo rey el que carga con la responsabilidad. Don Rajoy en estado puro, tan estéril y elusivo como el foro de Davos.